No discuto que sea un producto original. Desde luego, Eskil Vogt sabe manejar el cóctel de géneros (y temáticas) que conforman su película. En mi opinión, es como una especie de mezcla de tres ideas, dos centradas en el concepto del superhéroe y otra en el género de terror: los poderes comedidos de El protegido y la crónica realista de Chronicle en lo referente a lo primero; y el estilo pausado y de carácter existencialista de cineastas como Ari Aster o David Robert Mitchell en lo segundo. Sea del modo que sea, el interés por priorizar la reflexión a la acción por parte del director le permite moverse por otros terrenos, como el familiar y, sobre todo, la infancia. Vogt nos habla de la amistad entre niños, de la desatención paternal y de las dificultades de gestionar una discapacidad infantil (tanto por parte de los adultos como de los propios niños). Pero, sobre todo, nos habla de la lucha entre el bien y el mal.
No menosprecio el equilibrio entre contemplativo y dinámico que consiguen la planificación y el montaje de la película: The Innocents tiene un ritmo tranquilo, pero nunca nos hace perder el tiempo. Del mismo modo, obvia los sustos previsibles del cine de terror y las gestas sobredimensionadas de las películas de superhéroes sin por ello renunciar a las secuencias de tensión-angustia ni a la exposición de capacidades humanas espectaculares. Se trata de un juego de equilibrios entre exhibición y contención que facilita que los acontecimientos sean más creíbles. En este sentido, se podría decir que la película camina por la cuerda floja, logrando mantenerse firme a pesar de lo impactante de algunos hechos. Parte de la culpa reside en la insistencia con que el director regresa al mundo real, tratando los sucesos fantásticos en clave de metáforas de los conflictos de nuestras vidas cotidianas.
Tampoco pongo en duda el esfuerzo de Eskil Vogt como guionista, apreciable sobre todo en la construcción de personajes coherentes y al mismo tiempo contradictorios, llenos de sensibilidad pero también cargados de ira, capaces de querer y al mismo tiempo de hacer mucho daño. Los ejemplos más interesantes los encontramos en el choque de personalidades entre Ida y Ben (respectivamente, protagonista y antagonista de la película), ambos desorientados y ansiosos de hacer travesuras, pero abismalmente separados por los límites bien marcados de la primera frente a la maldad sin fondo del segundo. También me parece defendible la valentía con que Vogt asume las consecuencias de los objetivos de sus personajes, permitiéndose algunos giros dramáticos realmente atípicos en el cine de hoy. El problema está en que, a pesar de todo ello, planea por encima de la película cierto aroma de pretenciosidad.
Yo, personalmente, no logré quitarme de encima esta molesta sensación de que el director está convencido de manejar un producto más profundo de lo que es en realidad. Volviendo al segundo párrafo, aquel juego entre exhibición y contención del que hablamos tal vez dotase de credibilidad las acciones de los personajes, pero también evidencia la voluntad de Vogt de estar presente en todas las secuencias. Y ello, sin duda, resta transparencia al producto. Un problema que, si bien no convierte el título en ningún desastre, si le impide alzarse como una buena película.