Defender una película como The House I Live In supone una decisión que arrastra cierta polémica, pues hablamos de un documental en cuya tesis no caben los grises ni posicionamientos ambiguos. En cualquier caso, tomada la decisión de defenderla, parece que solo existen dos caminos a seguir. El primero, tal vez el más sencillo, es el de alegar que, en todo caso, lo que se nos dice es cierto, como suelen hacer los seguidores de Michael Moore y aquellos que se emocionaron con la galardonada The Cove (Louie Psihoyos, 2000). El segundo, aparentemente más objetivo, consiste en apelar a los tecnicismos de la película y asegurar que, como sucede en este caso, se trata de un gran trabajo de documentación, dirección y montaje. En mi opinión existe un tercer camino para defender la pieza que nos ocupa, pero antes de exponerlo veamos cuanto podemos extraer a los dos ya mencionados.
Que la guerra contra el narcotráfico ha ocasionado numerosos episodios dramáticos —de consecuencias incluso peores que los efectos de la propia droga— es un hecho que hoy en día conoce casi toda la población. En realidad, esta no es ni mucho menos la primera película que hace referencia al problema; ahora mismo y sin pensar demasiado me viene a la memoria la muy respetable Traffic (Steven Soderbergh, 2000). La novedad de este título se da en que esta vez no nos hablan de un problema que se esté afrontando de forma equivocada, sino que más bien se nos presenta la droga como un concepto no mucho peor que un resfriado. Un resfriado que desde el principio ha sido estigmatizado por cuestiones raciales, estigma que hoy en día interesa mantener por cuestiones económicas. Hasta cierto punto un servidor puede estar de acuerdo con este enunciado, la discrepancia aparece en el momento en que la droga es despojada de toda responsabilidad.
Por supuesto que el tráfico representa un enemigo para el gobierno que legitima infinidad de actos atroces en realidad ideados únicamente por una cuestión monetaria. De hecho, en este aspecto es justo decir que el film de Eugene Jarecki da en el clavo: el director nos muestra con absoluto detallismo todo el proceso histórico que siguió el tráfico de drogas hasta colocarse en la posición en la que hoy en día se encuentra; de lo que resulta una interesantísima lección histórica, ya no solo concerniente a las drogas sino también a las tendencias políticas de distintos períodos y al miedo xenófobo tan característico del ser humano. El problema se da cuando llega el momento en que los psicotrópicos casi son enfocados como inofensivas golosinas cuyo único problema es el trato que reciben por el gobierno. Cuidado, pues no debemos olvidar que las sobredosis no las provoca la corrupción (por más que las desee).
Sobre los tecnicismos, lo único que se puede decir es de The House I Live In es que es una película excelente, brillantemente estructurada y que no resulta repetitiva en ningún momento. El director logra un fantástico resultado de su apuesta por partir de lo particular y terminar con lo general. Debe decirse, además, que las entrevistas están escogidas con tal maestría que uno debe hacer un esfuerzo si quiere dar un paso atrás para ver el hecho con completa objetividad (si bien es cierto que el documental se sirve en todo momento de información totalmente veraz). Por ejemplo, se nos muestran distintos casos de jueces y policías disconformes con el sistema, algo que es de agradecer si tenemos en cuenta la moda vigente según la cual todo ser viviente perteneciente al sistema debe ser tachado de corrupto.
Tal vez el documental de Jarecki simplifique considerablemente el problema conocido como «la guerra estadounidense contra la droga». Tal vez sea cierto que la droga en sí sea más responsable de las catástrofes ocasionadas por la misma de lo que el director pretende vendernos. Pero en todo caso no cabe ninguna duda de que existe un alto grado de verdad en el discurso de Eugene Jarecki a la que a día de hoy se está prestando escasa atención. Y allá va mi camino particular: solo por el hecho de ofrecernos un punto de vista totalmente legítimo que ayude a equilibrar balanzas de responsabilidades (es decir, las drogas tal vez sean problema, pero es hora de comprender que es mucho peor la estigmatización que el gobierno nos ha impuesto hacia ellas) The House I Live In ya merece ser tratada como la valiente propuesta inconformista que en realidad es.