El desgaste que ha llevado al cine de género a experimentar con nuevos formatos (como el cada vez menos efectivo —por recurrente— «found footage»), ideas que transgredan las bases establecidas y ofrezcan perspectivas distintas e incluso relatos que abusen del giro y la sorpresa para equilibrar sus carencias, no parece haber hecho mella en el credo de algunos cineastas independientes de nuevo cuño que han encontrado en nombres como los de Ti West o Adam Wingard la réplica perfecta a ese agotamiento sin necesidad de rendirse con facilidad a vías de exploración que en ocasiones sólo logran desvirtuar el ejercicio en sí mismo. Aunque es cierto que ambos han buscado en alguna ocasión el contrapunto necesario (principalmente en los respectivos episodios de la saga V/H/S que han dirigido), siempre ha quedado claro que su punto de partida no consiste en reformular códigos y malearlos para voltear tópicos y reglas establecidas, más bien su principal objetivo ha sido regenerarlos e interpretarlos desde su propia óptica, algo que ya demostraba West en la fabulosa La casa del diablo, y que en Tú eres el siguiente ya encontraba trazas de hacia donde podía derivar el cine de Wingard.
The Guest es la confirmación de que la dupla formada por el de Tennessee y el que viene siendo su guionista habitual en los últimos tiempos, Simon Barrett, prefieren continuar echando la vista atrás y rememorar un cine que fue capaz de atrapar a no pocos, pero siempre desde una representación personal, que no sumerja al espectador en un «déjà vu» en el que no es difícil terminarse viendo reflejado. El hecho de optar, pues, por una premisa como la del film que nos ocupa, donde un desconocido llegará a un pequeño pueblo para, presuntamente, visitar a la familia de un ex-compañero caído en acto de servicio y, a partir de ese punto, rearmar su vida, no deja de ser una cristalina declaración de intenciones en cuanto a lo que las posibilidades y derroteros tomados por el film sugieren. A partir de ahí, la paleta cromática empleada por Wingard para la ocasión nos lleva desde aquel estilizado ejercicio de género que abundaba en décadas pasadas, hasta una lectura del thriller que se siente mucho más actual y moderna en esa faceta, huyendo de referentes previos y fijando su marco en una acción más expresiva y cercana a los tiempos que corren.
Si la referencialidad se deduce como uno de los núcleos con mayor importancia del cine de Wingard, no lo es menos la elección de un intérprete capaz, más que de representar, de llevar al terreno del icono una figura que cobra peso propio. Así, y si en Tú eres el siguiente sobresalía con vigor el rostro de una Sharni Vinson convertida en una brutal e implacable «Final Girl», en The Guest es un Dan Stevens en su primer papel protagónico el responsable de tomar el relevo y dejar el pabellón incluso más alto de lo que había logrado dejarlo la australiana con su magnífica performance. Buena parte del mérito de que funcione una caracterización como la de Stevens, más allá de la tremenda interpretación que ofrece el británico, reside de nuevo en el libreto de Barrett, capaz de medir cada aparición y de conseguir que, escena tras escena, la sombra de ese personaje protagonista se cierna sobre un film que, en parte, no deja de ser una extensión suya. Stevens contribuye, de este modo, a dotar de una fuerza y un vigor a la obra de Wingard que quién sabe si con otro actor al frente habría podido alcanzar.
Lo que sí es innegable es que el autor de A Horrible Way To Die no requiere precisamente grandes relatos o intérpretes para armar una pieza poderosa, y es que si bien ayudan en la composición que realiza, la virtud que posee el cineasta por transformar lo difícil en fácil es absolutamente pasmosa. Más allá de si narrativamente es sólida como pocas, visualmente resulta de una plasticidad que en más de una ocasión sorprende o incluso combina con acierto imagen y sonido, hay que reconocerle a Wingard el manejo de una historia que en manos de cualquier otro hubiese podido caer con claridad en el ridículo o en la rutina, pero que en The Guest es manejada de principio a fin con una sobredosis de talento que se antoja prácticamente indiscutible. Y es que el hecho de que se hable de The Guest como si de una confirmación se tratase, implica que tras ella algo había: y no, no hablamos de ese somero ensalzamiento al que se incurre en ocasiones con demasiada celeridad, más bien lo hacemos de la exposición de un cine que continúa creciendo a pasos agigantados, y que basta con visualizar para percatarse de ello.
Larga vida a la nueva carne.