Más de un lustro llevaba Eli Roth lejos de las cámaras, y aunque su senda había seguido por el camino de la producción (en Aftershock, junto a su nuevo colega, el chileno Nicolás López, que ejerce aquí como productor, y en The Sacrament, lo nuevo del gran Ti West) y la interpretación (de pequeños papeles con Tarantino en Malditos bastardos o Death Proof, a cosas con más peso como su rol en la ya citada Aftershock), ya le tocaba volver al terreno en el que Tarantino le diera a conocer apadrinando su segundo largometraje, Hostel, y el de Boston no podía hacerlo de otro modo que no fuese con un bombazo, y es que The Green Inferno ha sido calificado como uno de los films más brutales de los últimos años.
No obstante, y viendo las “perlas” que nos ha dejado la llamada nueva ola de gore francés, lo cierto es que The Green Inferno, sin perder ni un ápice de su efecto en ese terreno, no termina de resultar tan impactante como en un principio parecía que podía ser. Ello no es óbice para señalar que en su nueva cinta se encuentran algunas de las secuencias más potentes de su carrera, e incluso momentos realmente lúdicos entorno a un aspecto al cual Roth sabe dotar de una ligereza idonea de tanto en tanto.
Muy del gusto del director, con los típicos desmanes a nivel de guión del autor de Cabin Fever, The Green Inferno funciona como lo que es, un título gore que sirve como homenaje a todos aquellos films que recorrieron el panorama italiano en los 80 (en especial, a raíz del éxito de Holocausto Caníbal, que Roth no duda en homenajear), que ofrece exactamente lo que promete, y donde además el cineasta incluso se permite sacar su sentido más crítico cargando contra el falso activismo (o la pose entorno a ese tema) con algún momento en el que no falta cierta mala uva, pese a lo obvio de todo ello.
En esta incursión en lo que se podría considerar un subgénero con voz propia, Roth nos presenta a una estudiante hija de un embajador de la ONU concienciada con algún que otro tema relacionado con la mujer en países con otras creencias o directamente tercermundistas. Ese “altruismo” la llevará a unirse a un grupo de activistas que viajarán a la selva de Perú para intentar salvar una tribu de indígenas acechada por excavadoras. De vuelta, el líder de ese grupo desvelará lo ya conocido de antemano, y su avión se estrellará en mitad del frondoso paraje, dejando a los personajes en manos de una tribu.
Esos personajes, y como es habitual en el cine de Roth, resultan estereotipos que nos llevan de un extremo a otro, pero que sin embargo en The Green Inferno propician desde situaciones divertidas hasta incluso algún que otro instante que sirve para acrecentar ese horror latente en una cinta que no posee una atmósfera patente, ni la necesita. Pese a la obviedad de los roles, se distribuyen con cierta habilidad y quizá por ello la faceta más ridícula de este tipo de carácteres queda aplastada por la pretensión del propio film, que no es otra que la de entregar toneladas de sangre a los aficionados más afines al género.
En definitiva, The Green Inferno es un artefacto en todo modo autoconsciente de su condición, y ello propicia que los elementos exteriores (aunque los haya, como esos guiños) no sean necesarios para sustentar el film, y probablemente es ese el motivo por el cual el realizador enarbola una de sus mejores cintas, la más salvaje de todas y, en especial, la que no decepcionará a sus fans: puramente Roth tanto en sus dosis de humor y sangre, como en los habituales achaques que se le pueden hacer a un cineasta que, como mínimo, ya ha logrado crear y mantener un sello propio.
Larga vida a la nueva carne.