Directo y conciso. Así es como concibe Jeppe Rønde —que se nos descubriera en 2015 con una pieza anexionada al fantástico en su debut en la ficción, Bridgend— los cimientos de un documental atípico por su modo de reformular las bases del propio género y por la creación de un contexto ajeno para los mimbres del mismo, buscando indagar en las claves del thriller desde lo que se antoja (por formato) una composición puramente cortada por algunos de los patrones más habituales de la no-ficción. Así, tanto la inmediatez de los diálogos con los testimonios —por más que algunas tomas se descubran desde un ficcionamiento necesario en el marco experimental que trabaja Rønde— como la forma de trabajar con planos que sugieren una adecuación al género, encuentran una particular mixtura en otros ámbitos como el del montaje o, en especial, su banda sonora —extradiegética y potenciando los códigos que suele proponer el thriller político—.
The Great European Cigarette Mystery nos introduce sin apenas mediación —unos segundos con una batería de imágenes de archivo son más que suficientes— en el relato de John Dalli, comisionado que se vería obligado a abandonar su puesto después de unas acusaciones que lo relacionaban con ciertas tabacaleras. Sin voz en off que nos introduzca en los hechos o se encargue de aclarar aspectos menores, el documental aborda los acontecimientos en torno al despido que provocaría uno de esos controvertidos episodios en el seno de la UE. De este modo, y a partir de la figura de dos periodistas, Mikael Bertelsen y Mads Brügger, con unos pocos recursos, se nos sumerge en una tesitura donde cada nombre y aportación será clave para comprender un proceso donde el personaje de John Dalli se erigirá como intérprete primordial de una trama que, en sus avances y retrocesos, irá tomando sendas todavía más intrincadas, como si de un complejo juego de espías se tratase.
Es mediante la aportación y posteriores indagaciones sobre el ex-comisionado de la UE, donde el documental tomará la forma de interminable rompecabezas, recomponiendo así (y una vez más) los fundamentos de una comunidad corrompida en cualquiera de sus estratos, donde la supuesta víctima termina deveniendo verdugo y desvelando el proceder de una institución donde las manzanas podridas se mezclan en un juego de intereses que no parece tener fin. El mejor ejemplo de todo ello está, no obstante, en las trabas y problemáticas que tuvo una obra como la que nos ocupa para ver la luz, haciéndolo finalmente en una versión reducida que es la que nos llega ahora.
La valía del trabajo de Rønde va, sin embargo, más allá de una denuncia cuya conclusión no parece tal, pero nos da de nuevo de bruces contra la realidad. Algo ya anticipado tanto en su administración de la información, como en el uso de espacios que concretan una labor, por más que distribuya ciertos elementos desde una óptica distinta, que no hace otra cosa que despojarnos de su ficcionalidad. Si bien su montaje —en especial el paralelo, ya en los últimos compases del film— incide en un efecto sorpresa, más a la manera de un ejercicio de género que de los propios códigos internos del documental, lo que logra es hacer confluir una serie de microrelatos que afianzan definitivamente la descripción de un páramo desolador. El resultado se muestra así mucho más descriptivo de lo que se podría deducir en un principio, y encuentra en el cambio de actitud de Dalli tras ser interpelado sobre ciertas cuestiones incómodas, un reflejo tan crudo como fehaciente de una Europa presa del lucro y los intereses de unos cuantos, cuyo rumbo debe cambiar radicalmente si no queremos continuar encontrando casos como el expuesto en The Great European Cigarette Mystery.
Larga vida a la nueva carne.