Un asesino psicópata, una investigación policial, un policía con problemas personales de incógnito. Tres elementos básicos que conforman el arranque de The Ghoul, el debut en la dirección de Gareth Tunley. Un film que viene de la mano de Ben Wheatley (en la producción) por lo que evidentemente podemos deducir que, a pesar de las apariencias, nada va ser lo que se presupone en un principio.
Ya desde las primeras secuencias nos encontramos en un territorio atmosférico que nos remite directamente a, por ejemplo, Kill List. Una Inglaterra suburbial, desangelada, de edificios impersonales, tonos grises y habitantes del mismo color en su ánimo, motivaciones e incluso moralidad. Una ambientación que al mismo tiempo dota de cotidianidad y de irrealidad perturbadora. Sin embargo The Ghoul va dejando atrás estos conceptos más globales para adentrarse (a través de ellos) en un territorio más íntimo, haciendo de este desangelamiento ambiental una trasposición hacia el páramo del alma de su protagonista.
Efectivamente en The Ghoul entramos en el espacio de la pesadilla vital, del descenso a los infiernos de la psique, haciendo que la línea entre lo real y lo imaginario se vaya difuminando conforme avanza el metraje. La investigación policial se difumina igualmente en pos de la búsqueda de otras verdades y por ende de otras soluciones al respecto del qué (o quién) persigue y atormenta al investigador.
Para ello Tunley no solo se basa la puesta en escena, sino que poco a poco va cerrando espacios, creando ambientes irrespirables pegando la cámara a su protagonista como una presencia insistente y opresora, no palpable pero continua. No hay prácticamente respiro en ello excepto los pequeños remansos de paz que se abren en forma de espacios abiertos, casi insonoros, solo salpicados por los discursos que ahí se dan.
Momentos estos que encierran claves y que, a pesar de la tranquilidad aparente, no dejan de hacer notar de forma lateral, como un fuera de cámara continuado, el ente perturbador acechando, esperando su momento. Algo que se refuerza a través del giro (presuntamente) paranormal que se explicita a través de los diálogos.
Es aquí donde The Ghoul entra en terrenos de narración fragmentada, discontinua, a veces bordeando lo abstracto, no buscando una explicación lógica de la trama sino más preocupada por transmitir esa sensación de universo denso, de arenas movedizas en la psique, de las cuales resulta casi imposible salir.
Sin embargo, todo este planteamiento, acaba por ser víctima de sí mismo. No se trata tanto de no dar un final conclusivo, sino más bien a una excesiva reiteración del concepto a pesar de lo reducido de su metraje. La sensación es que falta síntesis y capacidad de medir los tiempos para impedir que finalmente la atmósfera destruya la trama por completo. Aún así The Ghoul resulta un debut correcto de su director, que demuestra ideas claras y hasta cierto punto arriesgadas a la hora de narrar su historia. Cierto es que la influencia de Wheatley está demasiado presente restando un punto de personalidad a la obra, pero aún así resulta pecata minuta para un film que sin ser notable despierta el suficiente interés como para visionarlo con atención.