Lo primero que llama la atención de este cortometraje de Matt Westrup es su carácter embrionario. Dejando a un lado el hecho de que una productora (Wayfare Entertainment) ya se ha haya fijado en él y esté gestionando su correspondiente conversión al largometraje, todo en The Gate parece concebido como preámbulo o antesala a algo mayor. Casi un trailer de una hipotética y futurible película que, ¡bingo!, acabará materializándose más tarde o más temprano. Y, en esta misma circunstancia, encontramos lo mejor y lo peor de este trabajo ante todo prometedor. Lo mejor por su capacidad para crear expectativas y comprimir un montón de ideas estimulantes (la creación de monstruos como consecuencia de la avaricia de las corporaciones farmacéuticas, el monstruo como parábola de la deshumanización del hombre dentro de un entorno laboral cada vez más exigente e implacable, la denuncia de las oscuras prácticas financieras de las susodichas empresas de medicamentos) en muy poco espacio de tiempo. Lo peor porque, realmente, nunca da la sensación de estar contemplando una obra completa, autónoma, plena de sentido en su propia individualidad, sino un esbozo de ella.
Recogiendo ecos de títulos recientes como Splice o Disctrict 9, la película articula, a través de pequeños ‹flashbacks›, una serie de viñetas terroríficas que plasman, con nervio y ciertas aspiraciones de realismo, las consecuencias desastrosas provocadas supuestamente por una serie de experimentos genéticos realizados por una compañía farmacéutica. De forma inteligente, deja que el verdadero terror resida en ese coloquio entre empresarios y políticos que centra la trama, a partir del cual irán revelándose los orígenes y dimensiones del problema, mientras potencia el componente humano y trágico de todos los monstruos que van apareciendo en pantalla (en el fondo, víctimas —peligrosas— del sistema) y lanza dardos contra el funcionamiento de las cosas, contra la escasa resistencia de la moralidad en los mercados corporativos. En este sentido, la cinta de Westrup demuestra capacidad y talento para el suspense y la planificación, evitando excesos aunque sin lograr plasmar con ello un estilo verdaderamente original. Más reprochable es, quizás, la decisión de integrar en el relato elementos netamente digitales, y no me refiero tanto a los monstruos (bastante logrados, dado el escaso presupuesto), como a esos personajes humanos digitalizados que parecen sacados de Final Fantasy: la fuerza interior. No aportan demasiado a la historia y, honestamente, chirrían bastante dentro del conjunto.
En definitiva, lo que The Gate ofrece es, básicamente, la “posibilidad” de una muy buena película. También funciona como carta de presentación de un tipo talentoso: hay detalles (la visión furtiva de uno de los bichos y sus ataques al furgón policial, por ejemplo) que revelan imaginación, elegancia y capacidad de sugerencia, y en general el cortometraje disfruta de un empaque visual notable, así como de una facultad de síntesis encomiable (pese a tener que recurrir a textos explicativos para poder expresar completamente aquello que quiere contar). ¿Es esto suficiente? Probablemente, aunque servidor hubiera deseado una narración algo más compacta y cerrada. Para ello, supongo, habrá que esperar a que The Gate madure definitivamente y evolucione o mute a estimulante largometraje. Lo aguardaremos con impaciencia.