El arranque de The Earth Dies Screaming es fascinante. Decenas de cuerpos humanos inertes cayendo en una lección de puro horror aséptico, sin explicación ni contexto, en un mundo sin vida. El héroe aparece en medio de la desolación y seguimos metódicamente su viaje, sin diálogos, hasta que apenas a ocho minutos desde el inicio de la película se pronuncian las primeras palabras, y con ellas, la constatación de que quedan más supervivientes.
A partir de ahí arranca una película más irregular de lo que su brillante inicio podía augurar, pero en absoluto mala. La cinta de Terence Fisher se convierte en un ‹survival horror› con varios personajes hacinados en una casa frente a una amenaza tangible, pero no humana ni racional, y cuyo único propósito es eliminarles. Recuerda esto claramente al cine de zombies posterior y en particular a la seminal La noche de los muertos vivientes de Romero, y fórmulas narrativas como la del grupo de supervivientes en el que se originan tensiones fatales, el progresivo arrinconamiento de los héroes y la presencia amenazante de seres humanos reanimados ya están presentes aquí.
En la escasa hora que dura The Earth Dies Screaming descubrimos la causa y solución del problema, pero sucede mucho más. Conocemos a un grupo pequeño pero variopinto de supervivientes; el siempre confiable héroe, interpretado con suficiencia por Willard Parker, destaca sobre todos los demás. Pero también encontramos una pareja joven, a la que en el clásico estereotipo de la ciencia ficción postapocalíptica se refieren más de una vez como la esperanza de la humanidad; un hombre cobarde y pesimista que se ahoga en alcohol mientras insiste en la futilidad de seguir adelante; una mujer, interés romántico del protagonista, que protagoniza las escenas más tensas de la cinta; o el traicionero personaje interpretado por Dennis Price, que se convierte en un riesgo añadido para el grupo.
Por otro lado, los seres que se aproximan no son entes extraterrestres de carne y hueso, sino robots asesinos, capaces de borrar de un plumazo las constantes vitales de los humanos y de reanimarlos para someterlos a voluntad. No es casual esta revelación en un contexto de paranoia por la Guerra Fría y miedo de la sociedad a la cada vez mayor escalada armamentística. Lo que, sin embargo, hace interesante al mensaje y ejecución de esta película no es tanto su correspondencia a dicho clima social, sino el hecho de que, al fin y al cabo, no parece importarle la causa última. No sabemos quién envía estas armas, no sabemos quién las creó ni con qué motivo, pero finalmente sí conocemos cómo combatirlas. La amenaza está por tanto plenamente despersonalizada, sin posibles intereses de por medio, pero al mismo tiempo eso también genera una incertidumbre incluso cuando se ha logrado solventar. De ese modo el terror que plantea Fisher se basa en la inmediatez, que encaja con ese magnífico inicio despojado de contexto, y que vuelve a golpear eficazmente una vez termina todo.
Con una premisa interesantísima, secuencias de terror y tensión rodadas con pulso y varias buenas ideas a lo largo de su escaso metraje, The Earth Dies Screaming conforma una experiencia notable dentro de su género, que merece ser rescatada de tanto en tanto y respetada por su, en apariencia pequeña, pero efectiva y tal vez esencial contribución al terror posterior. Sin embargo, tampoco nos encontramos ante una joya absoluta y no son pocas sus carencias. Sin ir más lejos, la producción es extremadamente modesta, rodada en un par de localizaciones y con una clara escasez de medios. La cutrez de los diseños robóticos es algo inevitable en estas circunstancias, claro, pero por otro lado le da un encanto retro para los fans que disfruten haciendo arqueología del género.
Pero donde más se le notan las costuras no es en algo que, al fin y al cabo, es una cuestión de limitaciones de tiempo de rodaje y presupuesto. Es en esa escasísima duración en la que se meten a montón, con tan poca gracia, interacciones de tantos personajes potencialmente interesantes, impidiendo que esa tensión interna se desarrolle de manera adecuada a pesar del buen hacer de la dirección y de la fuerza de momentos puntuales. Por poner un ejemplo claro, el personaje de Dennis Price apenas luce en la cinta como antagonista, siendo un concepto tan interesante. Tampoco hay tiempo para conocer a los otros personajes en profundidad y la sensación es que funcionan a golpe de convención narrativa. Y algunos de ellos resultan directamente insoportables, como el joven que protagoniza el momento más ridículamente histriónico y fuera de lugar en un intento muy burdo de satirizar sobre el valor del dinero. Este último ejemplo incide en el hecho de que en esta película tampoco se van a encontrar grandes actuaciones, y en varios casos por debajo del mínimo aceptable. No es el caso de Willard Parker o Virginia Field, que resuelven sus papeles de manera aceptable, pero sí del señalado.
En todo caso, se pueden perdonar estos fallos y carencias fácilmente, y apelar desde su modestia al valor que tuvo esta cinta en su momento y al que todavía conserva hoy en día, que suponen una razón más que suficiente para redescubrirla y reivindicarla las veces que haga falta, tal vez no como referente ineludible y absoluto, pero sí como clásico del género.