El conflicto en Israel sigue marcando las pautas de un cine que viene determinado en gran parte por las marcas de ese enfrentamiento armado —algo que han dibujado, en especial, cineastas como Eran Riklis o Eytan Fox—, pero que sin embargo en los últimos tiempos está empezando a cuestionarse el aparato formal de una materia que, cada vez más, ve el contexto armado impregnado por unas notas de humor que no hacen sino regenerar la perspectiva en torno al mismo. Aquello que se comprendía fuera del ámbito militarista en el cine israelí, ha empezado a tomar sendas dibujadas —ya sugeridas anteriormente— por films como el Foxtrot de Samuel Maoz o incluso otros más menudos como Zero Motivation —donde incluso el protagonismo lo tomaba el ejército femenino—. Con el debut de Yona Rozenkier —que en 2012 firmaba uno de los capítulos de la episódica Water—, en un trabajo que se antoja familiar —no sólo el propio director posee un rol, le acompañan, además, sus hermanos— y por ende personal, nos encontramos ante otra de esas propuestas que, entre el drama implementado y un marco ciertamente sensible, sabe equilibrar los cimientos de un relato donde el humor surge de forma inesperada, incluso alcanzando cotas de una negrura que dotan de la frescura necesaria a un ambiente que en no pocas ocasiones se muestra tenso, enrarecido.
Después de su paso por Cineasti del presente de Locarno, Rozenkier desembarca ahora en el TIFF con una crónica donde nada es lo que parece, pues si bien el entorno militar sostiene el día a día de los protagonistas y mantiene una alerta continua ante los constantes bombardeos —es maravilloso, sin embargo, como Rozenkier destensa ese clima en una de las primeras secuencias de The Dive, con ese humor implementado del que hablaba—, nos encontramos en esencia ante un retrato familiar donde el pasado —siempre supeditado por el citado conflicto— condiciona buena parte del vínculo que sostienen. Así, cuando Avishai vuelva a su hogar con el motivo del funeral de su padre, deberá enfrentarse a un hermano mayor, Itai, cuya perspectiva difiere de la suya, y con una madre que no comprende su huida y defiende que al menos su hermano mayor siempre estuvo allí para apoyarlos. Y es que para Avishai, expulsado del ejército, ya nada fue lo mismo desde entonces ante un marco belicista que su hermano mayor abraza sin remisión y que su hermano menor (Yoav) se verá obligado a afrontar cuando reciba la llamada del ejército. Ante esa situación, se producirá un enfrentamiento debido a la tesitura de tener que otorgar el entrenamiento necesario a Yoav.
Yona Rozenkier no plantea esta disyuntiva desde una visión meramente dramática, y lejos de la intensa radiografía realizada acerca de sus protagonistas, busca en todo momento vías que no solo acentúen lo absurdo de esa contienda, además otorguen el equilibrio necesario a una historia que mide a la perfección los tempos y no carga las tintas; más bien al contrario, a través de algunos de sus personajes —la tía de Avishai es quizá el mejor ejemplo, por esa negrura que suscitan las conversaciones con su sobrino— es capaz de dirigir los intereses de un conflicto —tanto el familiar como el estatal— que encuentra en su conclusión —ese “entierro” acuático, o como dejar atrás un pasado llevado a rastras y transformado casi en estigma personal— el broche perfecto para continuar explorando las aristas de una sociedad marcada; y es que si el retrato realizado por el cineasta israelí se antoja propio y desvela unos mecanismos generados en un contexto particular, bien podría extrapolarse hacia las causas y consecuencias de una pugna que, por suerte, cada vez halla subterfugios más renovadores y desprendidos como el que supone esta The Dive.
Larga vida a la nueva carne.