La rebeldía nunca puede ser un mal síntoma en un adolescente, sino que es algo inherente a él. Querer coartar este brote de insatisfacción general, de abrirse a nuevos pensamientos, de experimentar cosas que hasta entonces habían sido prohibidas, sólo puede generar en algo mucho peor: calmará durante un tiempo el ánimo del joven, pero luego esa rebeldía volverá a surgir en su interior, y seguramente alcance cotas peligrosas, tanto para su propio desarrollo como en lo que se refiere al impacto en la sociedad.
En el caso de Minnie, no se encuentra con demasiados impedimentos para poner en liza todo lo que su edad le pide hacer. Descubre en las expresiones artísticas más profundas, como la pintura o el cómic más underground, aquellas herramientas que le facilitarán la construcción de su personalidad. Un carácter que se elabora principalmente en torno a la aparición del apetito sexual, en el cual influye una herencia nada buena de su madre, que ha padecido mal de hombres a lo largo de mucho tiempo. No es extraño, por tanto, que la más espabilada Minnie trate incluso de birlarle el novio.
The Diary of a Teenage Girl nos introduce en la pequeña mente de esta muchacha, que elabora una especie de diario radiofónico sobre sus motivaciones en la vida. Diario que veremos posteriormente desarrollarse de manera explícita, a través de diversas escenas que nos muestran todo lo que se debe mostrar para entender a la perfección esta historia. Sin censuras, sin temor de que algunas circunstancias no se entiendan correctamente y sin idealizar a ninguno de sus protagonistas.
La cinta, basada en la novela gráfica homónima de Phoebe Gloeckner, está dirigida por Marielle Heller, una cineasta que hasta el momento sólo había firmado algunos trabajos televisivos. Conocer estos nombres sería inútil de no entenderse la importancia que tiene esta lectura en clave femenina acerca de los años 70, una época donde la revolución sexual iniciada en la década anterior iría cobrándose cada vez más victorias. El abrupto florecer sexual de Minnie no es entonces una aberración, sino un punto artístico mediante el que se puede tirar un hilo para explicar, con pelos y señales, lo difícil que fue esa lucha.
La película no pierde en ningún momento esta perspectiva femenina y Heller introduce, con cierta sabiduría, el segundo relato que aporta el personaje de Charlotte, modelado por una Kristen Wiig cuyo desarrollo como actriz continúa imparable, prácticamente no hay papel que se resista a la fuerza de su dramatismo. El personaje que interpreta aquí, empero, conlleva un cierto peligro: devora en pantalla a la protagonista. Y no porque Bel Powley defraude como Minnie, más bien al contrario, sino porque la elaboración de un personaje maduro como el representado por su madre en la ficción claramente se le da mejor a Heller, huyendo de lagunas en la construcción de Charlotte que sí aparecen en la joven protagonista.
Hay, pues, un problema de enfoque. Desconociendo el cómic original y, por tanto, no sólo su propia calidad sino también cuánto de ese trabajo ha utilizado Heller en la versión cinematográfica, no sería nada extraño que esta cuestión se deba únicamente a la adaptación y no a que existan problemas en el origen, porque realmente la película está bien planteada, con personajes correctamente descritos y un mensaje/homenaje cautivador. Es a la hora de aportar ese valor añadido cuando The Diary of a Teenage Girl se confunde tanto como su protagonista, ya que no logra ese punto extra que la convierta en algo tan memorable como lo que parecía destinada a ser. Y no hablamos aquí de expectativas ajenas a la producción, sino a las que su propia directora se marca. Una cinta bastante disfrutable, en cualquier caso.