Siempre se ha dicho que los niños son bastante cabrones y malas personas, como queriendo hacer una clara diferenciación o distinción con los adultos y su exceso de benevolencia, supongo. Pero cuando maduramos y empezamos a ver cómo funciona el mundo de verdad, o cómo nos dicen que ha funcionar, seguimos de hecho sujetos al pasado y las vivencias, al menos todo el que se acuerde de ellas. Uno no abandona su pasado en términos de personalidad, ¿o sí?
Imagino que todo se debe a que se trate del inicio. Si alguien se acordara de su propio nacimiento, seguro que su vida sería un sufrimiento, aunque de hecho debería verla como algo positivo, porque tras esa lucha por salir —o permanecer— dentro del cuerpo de otro ser, cualquier cosa que se nos revele tiende a ser mejor. Y ya no digo si nos acordáramos de antes, de cuando tuvimos que salir del testículo de otro (cuánta insignificancia), algo que reduciría aún más nuestra existencia si se meditara, aunque nos engañen hablando de que desde entonces fuimos ganadores (cuánta grandeza).
Jack Black protagoniza The D Train, una película normal y particular, aunque algo diferente y muy corriente. No es una comedia, aunque a veces nos riamos, ni tampoco es algo serio, o no en exceso. Es una rareza que no se sale de lo general. Una película algo deprimente, si se toma en serio, aunque optimista si se toma a broma. No es estúpida, a pesar de corroborar su estupidez en su protagonista, un hombre que no ha superado su niñez y juventud porque algo de entonces aún persiste en su vida, alejado de lo personal, pero encajado en su parte más social.
The D Train esconde en su ligereza argumental —un hombre se encuentra con el guay de su colegio con la intención de organizar una reunión escolar— varios temas de mayor calado espiritual, por decirlo de algún modo. Es un tema recurrente y del que, de hecho, yo ya he hablado en esta web alguna vez: que haya gente que irradie una personalidad y un carácter que impregna a los demás, personas a las que nadie dice «no», que lo llenan todo, que lo agrandan, que hasta lo revalorizan.
Y no es una cuestión adolescente, sino que avanza y se adapta hasta que somos demasiado viejos o estamos demasiado centrados en nuestra propia realidad para recordarlo y tomarlo en serio. Nos gusta estar con otros humanos, que nos hagan sentir más valorados y nos den más confianza, aunque sepamos que es mentira. Y a partir de aquí depende únicamente de cómo tú lo cuentes como director y guionista. Si Jack Black hace un papel cómico de serio, si James Marsden cumple como guapo y atrayente, si se crea una situación entre rara y desternillante, incómoda o agradable, dependerá, sobre todo, del papel que desempeñe el espectador en el conjunto.
Si acepta el juego al que asiste, si asume que el inicio y el final de esta obra son bien simples, pero no su desarrollo, y no rechaza entrar de lleno, entonces disfrutará con The D Train, si no soporta o no le gusta meditar e ir más allá de lo que le proponen en esta distracción, no encontrará otra cosa que el aburrimiento.
Yo entré, y no por la puerta de atrás precisamente. Acepté su humor carente de humor, su comicidad cercana a la seriedad y me alejé de la película como un producto que se vende bajo un género genérico. Quizás sea un mal sueño, todo lo que queda entre el inicio y el final, pero es lo mejor de The D Train, lo esperpéntico y lo inusual en una historia corriente, modesta y muy normal.