Giorgi, un religioso que antaño hizo sus pinitos en la dirección cinematográfica, es enviado a un pequeño pueblo de Georgia para oficiar como párroco de la iglesia local. Dado el aburrimiento instalado en la localidad y la inevitable pérdida de interés por parte de los habitantes en todo lo referente al ejercicio de la fe religiosa, Giorgi instala una novedosa idea en el municipio: proyectará varias de las películas más conocidas del séptimo arte para que la gente pase un buen rato y, además, se anime a acudir a misa. Tras la proyección de Con faldas y a lo loco, sin embargo, surge una cuestión: Marilyn Monroe se parece mucho a Lili, la profesora de música del pueblo. Cuando Giorgi se topa con Lili en la calle, no duda en reconocer en ella ciertos ecos de la belleza y el magnetismo que desprendía la mítica actriz. Un parecido que pronto se revela como peligroso para el devenir laboral del párroco…
Esta lucha interna de Giorgi entre su fe en Dios y la atracción por una fémina marca el ritmo de The Confession, la nueva película del cineasta georgiano Zaza Urushadze, que tan buena impresión nos dejó a algunos en Mandarinas (y cuya hija Ana, por cierto, ha debutado este año en el largometraje con la aplaudida Scary Mother). El protagonista se nos presenta como un tipo que tiene la cabeza bien amueblada, con un carácter serio que no llega a ser rudo por poseer un talante conciliador, remitiendo ligeramente a aquel Ivo de Mandarinas. Su idea de animar la aburrida vida del pueblo le confiere todavía más respeto por parte de los habitantes. Sin embargo, Urushadze parece decirnos que nadie está a salvo de sucumbir a ciertas tentaciones que, en esta ocasión, se presentan desde un plano físico.
La otra cara de la moneda, Lili, aparece en pantalla casi calcando la definición de su personaje, esto es, como una figura que acaba de caer del cielo. Tal planteamiento devendrá en uno de los mayores aciertos del film: la falta de contexto acerca de su pasado y personalidad, unido al impacto que genera su bello rostro, alimenta todavía más cada encuentro que tiene con Giorgi y le otorga a The Confession el motivo necesario para mantener esa espiral de misterio, para reforzar esa dialéctica entre posible trampa —tal y como lo ve el espectador— frente a la inevitable tentación que genera su físico —como lo siente el religioso y probablemente cualquiera que se encontrara en su lugar—. Eso sí, todo esto sería mero artificio si no rematase en un desenlace satisfactorio con lo planteado anteriormente, que no pretende reinventar la rueda sino proporcionar un lógico cierre de trama que ayude a poner en perspectiva las ideas que la cinta ha desgranado con anterioridad.
No es fácil comentar mucho más de la obra sin mencionar específicamente su final y las consecuencias que de él se detraen, pero la idea básica es que Zaza Urushadze ha conseguido realizar un trabajo cinematográfico tan valioso como el que llevó a cabo en Mandarinas. En este sentido, The Confession encaja con esa faceta de film más comedido que visceral pero sin llegar a poseer un ritmo pausado, puesto que el cineasta georgiano se encarga de que cada escena tenga una motivación detrás. Hay que mencionar especialmente el pequeño tributo al séptimo arte que se vislumbra en la proyección de películas clásicas y en el hecho de que Giorgi represente, en mayor o menor medida, las penurias de un realizador que no ha logrado tener una carrera en el mundillo. Pero merece todavía más la pena destacar esa secuencia de la parte final que podríamos calificar como el clímax de The Confession y que, gracias a la habilidad de Urushadze a la hora de jugar con sus recursos, realza el nivel de la obra hacia cotas notables.