Abordar la realización de una nueva adaptación o remake de una obra ya hecha con anterioridad desde una sensibilidad que se presume autoral es una jugada arriesgada de la que resulta difícil salir victorioso por las inevitables comparaciones. En el caso de The Beguiled el material de partida tomado como referencia —tanto la novela de Thomas P. Cullinan como la emblemática película homónima de Don Siegel de 1971 protagonizada por Clint Eastwood— parecía un paso lógico dentro de la coherencia del discurso y la filmografía de Sofia Coppola. Durante la Guerra Civil estadounidense, un malherido soldado de la Unión acaba en una academia de señoritas de Mississippi. Allí el soldado enemigo es curado y acogido mientras se recupera y establece con interés de supervivencia las mejores relaciones que puede con las habitantes de la casa para evitar su entrega al ejército del bando opuesto. Dinámica que explota su capacidad de seducción en la interacción con cada una de ellas según su acercamiento a la sexualidad, el deseo reprimido, experiencia o la carencia de afectos de cada una.
Con una extraordinaria estilización formal en la puesta en escena apoyada en su ya habitual refinado uso de la fotografía y un reparto que hace de la sutileza su mayor valor tanto para el drama como por contraste en los pequeños instantes cómicos de la cinta, Coppola intenta construir su idea de un punto de vista más cercano al de las mujeres de la historia sin interesarse más de lo justo por la personalidad y motivaciones del soldado interpretado por Colin Farrell. Una decisión perfectamente consistente con su querencia por una narración elíptica, que deja fuera de campo o sugeridas la mayor parte de los intercambios entre ellas y el soldado. Pero que también penaliza el desarrollo de la narración al sentir la ausencia de elementos fundamentales para comprender y establecer la elaboración dramática del relato. Si ya en la versión de Siegel parecía que el último acto era una sucesión atropellada de acciones con cambios poco justificables en los personajes, aquí esta sensación se potencia mucho más.
Sin rastro apenas de una exploración más profunda de las distintas formas de acercamiento entre los personajes y la evolución de sus relaciones, tampoco se apunta siquiera al fondo último del gran miedo de las alumnas, profesora y dueña de la residencia: más que a los yanquis temen a los hombres en general. Un miedo a mitad de camino entre la represión sexual y principios morales de la época aplicada al género femenino y la violencia que ejercen los (soldados) hombres contra ellas, sean del bando que sean. Otra carencia a sumar a alguna decisión arbitraria como la de eludir algunos pasajes perturbadores y escabrosos mientras la directora intenta contar la misma historia alejándose muy poco argumentalmente del guión de la adaptación original. Algo que la deja en una versión rebajada, superficial y anodina de una historia que ya estaba contada y que además se encuentra muy lejos de aprovechar el aspecto más sensorial y evocador de las localizaciones y la relación de las mujeres con la naturaleza que las rodea o una expresión real de los estímulos y mundo interior de las protagonistas que sí hacía de forma mucho más acertada la versión de 1971.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.