Bendita ignorancia. Pocos minutos han pasado desde que me puse frente a The Beast para encontrarle a este thriller coreano algunos tics propios del cine europeo y americano del mismo género, algo que me causaba cierta extrañeza al ser conocedora de la gran calidad técnica y argumental que el thriller ‹made in Corea› atesora; suele ser crudo, inestable y explosivo, capaz de sorprendernos con algunos de sus giros, sin persuadirnos de la imagen policial algo blanda que nos llega desde allí. Al menos, yo partía de la idea básica que me han ofrecido numerosas películas de suspense que siempre recibo con cierta reticencia, para caer rendida a sus historias al finalizar, pero The Beast parecía estar en un nivel distinto, ni mejor ni peor, que iba calibrando su estado según se acercaba más al saber hacer patrio o se sacrificaba frente a las referencias extranjeras.
Pero la ignorancia, a veces, lo es todo en el cine. Porque solo a veces, sin conocer lo que se esconde tras una película, nos permite observarla con cierta inocencia que da más valor a nuestros sentidos que al ‹background› que rodea a determinada obra o artista. The Beast no encajaba en las bases, pero con un debutante tras el título, todo era posible. Aún así el misterio era menos grandilocuente y más inesperado de lo que pudiese parecer. Lee Jung-Ho se presenta ante nosotros adaptando 36, Quai des Orfèvres, thriller francés de un verdadero “policía poli” transformado en cineasta, una de esas premisas que enganchan solo por imaginar cuánto hay de cierto en esas ciénagas policiales que se representan en sus películas.
Ya no hay misterio, existía una motivación para que la película nos recordara a tiempos pretéritos y lejanos, dejando espacio ahora para hablar de lo que sí convierte a The Beast en una paradoja. Y esta es sencilla: el hombre es siempre la bestia que acecha para alimentarse de los infelices, sin olvidar que la bestia, el hombre y el infeliz son una misma cosa. Dos son sus protagonistas, dos policías de pasado conectado pero estilos completamente opuestos, enfrentados por la ambición. Esto es lo que nos propone con un inicio bastante cañero el film, dos formas de entender un mismo caso, que se convierte en una maratón por ganar la razón por encima del otro, sin importar demasiado a quién se puedan llevar por delante.
The Beast tiene instantes totalmente frenéticos, hijos del mejor suspense coreano, donde la policía es una masa inútil que a base de golpes gana cierto sentido. La espectacularidad está servida pero no siempre es protagonista, pues la historia tiene demasiados recovecos que debe atender, dejando cabos sueltos aquí y allá, queriendo ser más compleja de lo que en realidad debería ser. No pierde en ningún momento su objetivo de erradicar el alma del hombre, y tiene detalles repetitivos pero totalmente solventes —esos primeros planos en los que a distintos personajes les tiembla el pulso, siempre alegando un sentimiento concreto con esta muestra de debilidad—, pero en más de una ocasión la virguería se va de las manos y acaba aglutinando drogas, mafias chinas, asesinos, policías corruptos y un montón de mujeres figurantes (aunque protagonistas) que parecen marear cuando su verdadera labor era la de enfatizar los errores ajenos. Y aunque el objetivo único y cristalino sigue ahí, parece que en ocasiones se aprovecha del relleno cuando no era necesario utilizarlo para hacer la película más grande, aunque sí más larga.
Los dos protagonistas se desviven por dar la peor versión del humano, algo que les hace deslumbrar ante esa decadencia física y mental a la que se ven abocados, siendo cada vez, literalmente, más sucios y deshonestos consigo mismos. Así que las fauces de esta bestia devoran la integridad del personal, pero también saben dignificar en cierto modo el envoltorio, y aunque la empatía brille por su ausencia, desde el principio queremos saber qué ocurre y quién es el culpable de un universo tan oscuro que rodea una simple comisaría de policía, no olvidemos que coreana, con todo lo que ello conlleva. Sin embargo se echa en falta cerrar ciertas historias que quedan inconclusas, ni tan siquiera parece estar en los planes del director que se conviertan en temas pendientes de final abierto, solo que al abrir tantos frentes, no había espacio para matificarlos como se merecían, así que según a la historia a la que te aferres, puedes quedarte colgado o plenamente satisfecho. Pura lotería argumental.
Me gustaba lo de la ignorancia, porque ahora necesito saber algo más de lo que Marchal creó hace poco más de quince años, y por qué ha conmocionado a alguien para seguir de cerca sus pasos. Tal vez sea una película más concreta, sin tanto gusto por lo visual, pero estoy segura de que la crudeza del instinto humano forma parte de la esencia de ambas películas. Sin importar cuanto tiempo haya pasado entre ambas.