Un símbolo, una leyenda… y una cámara que la aleja precisamente de esos parámetros: The Barefoot Princess, documental sobre la artista nipona Kamellia, primera bailarina del vientre en el Lejano Oriente, parece huir de todo aquello que rodea a la protagonista del film para llevarnos a un campo más terrenal, que no se encuentre precisamente con una barrera en el momento de entablar un contacto que en todo momento se presenta transparente, incluso hasta tal punto que no parece que haya ningún tipo de interacción ni pautas que fijen el rumbo de lo que la bailarina va narrando a lo largo del documental.
En ese sentido quizá intercedan los propios deseos de Kamilla, que en ocasiones parece llevar el documento hacía su terreno y orientarlo exactamente en la dirección que quiere, hecho que no es óbice para que se nos descubran aspectos de lo más interesantes sobre ella. Así, asistimos a diversos episodios de su vida entre los que nos encontramos con sus primeros pasos como bailarina, una infancia no todo lo plácida que se podría esperar a esa edad… en definitiva, todo aquello que nos lleva a comprender como se forjó este particular mito.
En el viaje, sus directoras Samantha Cito y Simona Cocozza lo acompañan tanto con las propias imágenes donde Kamellia aparece, no sólo haciéndonos partícipes de su historia, sino empapándonos de una filosofía, de algo que incluso se podría percibir como un modo de vida, como la consagración en la trayectoria propia de las raíces de la artista, sino también con estampas del día a día —que, en el fondo, sirven para hacer más tangible, más palpable la figura de ese personaje quizá desconocido por el público occidental pero sacrilizado en oriente, donde recibió el nombre de Princesa de la danza oriental—, fotografías de un pasado que se percibe como un rasgo realmente importante en el periplo de Kamellia y tomas de esa danza que la han convertido en lo que es, llegando a lograr que el arte que representa haya cobrado otro nivel, hecho que queda patente en como transmite su aprendizaje incluso a niñas que no levantan un palmo del suelo.
Obviamente, algunos de estos apuntes están perfectamente retratados en el film, mientras otros simplemente pueden ser relecturas del espectador, y es que si hay una virtud capaz de hacer The Barefoot Princess un documento tan interesante como único, esa es una mirada en la que no hay imposiciones, donde todo se nos muestra con una naturalidad palpable —incluso en el devenir de esos pasajes que nos van haciendo recorrer distintos paises importantes en el camino recorrido por Kamellia— aquello por lo que esa bailarina ha llegado a ser quien es y, sobre todo, aquello por lo que ha luchado, llevándola a un estrato que la concibe como algo mucho más allá de lo que el documental muestra. Es por ello que un acercamiento como el otorgado por las dos cineastas resulta, si cabe, más de agradecer todavía, y es que franquear ciertas limitaciones y tributos en un terreno como el del documental, que en ocasiones puede revelarse como un arma de doble filo, es suficiente motivo como para acercarse a esta The Barefoot Princess.
Larga vida a la nueva carne.