Ya hace tiempo que la industria del cine francés se quitó en parte la etiqueta de cine de autor y amplió sus horizontes realizando un gran número de películas de género, con el objetivo claro de conseguir una buena acogida en el mercado internacional —especialmente europeo— y el circuito de festivales. Así, ya es habitual ver en nuestras carteleras comedias románticas, películas de acción, biopics o, como es el caso de La mécanique de l’ombre (Testigo), thrillers políticos provenientes del país galo.
La mécanique de l’ombre, ópera prima de Thomas Kruithof, tiene como principal tirón a François Cluzet, cara muy conocida del cine francés y un auténtico comodín capaz de interpretar con solvencia personajes muy diversos, desde un rico parapléjico (Intouchables) hasta un abnegado médico (Médecin de campagne), pasados por el filtro de sus ojos alicaídos y una cierta arrogancia en el gesto. En esta ocasión Cluzet se pone en la piel del más gris de los hombres: un contable alcohólico despedido de su empresa “a causa de la crisis”. La película de Kruithof no trata en ningún momento de ofrecer discordancias que se alejen de lo esperado: un protagonista gris, una paleta de colores pálidos, un cierto subtexto político, una trama totalmente acorde a los códigos del thriller político.
No hay muchas cosas que fallen en La mécanique de l’ombre, pero tampoco hay prácticamente nada que sorprenda o destaque. La trama, en la que un contable en paro acepta un trabajo como transcriptor de unas conversaciones entre miembros de “las cloacas del estado”, nos recuerda a La conversación, o a El escritor, o a La vida de los otros, o a decenas de películas mejores que ésta. Kruithof y su guionista han intentado darle a su película un toque de actualidad, situando la trama en los albores de unas elecciones presidenciales y en las maniobras en la sombra que se producen para alterarlas. Aunque no podemos evitar pensar en Marine Le Pen, la película intenta no meterse con nadie, por lo que la vis política no parece nada más que un mero condimento, como lo es la suave crítica al mundo del trabajo post-crisis.
La sensación de tibieza general y falta de profundidad se ejemplifica perfectamente con el personaje interpretado por Alba Rohrwacher, quien no sirve nada más que para dar respiro a la trama principal y/o una cierta justificación a las acciones del protagonista. Ni guionista, ni director, ni actriz parecen querer esforzarse porque la única mujer presente en todo el film sea algo más que una simple marioneta con complejo de Electra.
El final de la película, después de las sorpresas y giros de rigor, busca dar una cierta redención a un protagonista que por lo demás no necesitaba ser redimido, sin tratar de resolver demasiadas cosas ya que nunca hubo demasiado en juego.
Películas como La mécanique de l’ombre cuentan con una puesta en escena, un guion y unas interpretaciones lo suficientemente diligentes para ofrecer un entretenimiento sin pretensiones. No hay nada reprochable en querer adherirse perfectamente a los códigos. Sin embargo, si aceptamos que los mejores thrillers políticos destacan por su trama compleja, con claroscuros, personajes en constante contradicción y una puesta en escena que favorezca el suspense, no podemos situar a La mécanique de l’ombre como un ejemplo del mejor cine de género.