Testigo Silencioso es uno de los mejores thrillers hechos en Canadá, en una época en donde el país norteamericano tomó como política de Estado incentivar su producción cinematográfica y hacerla más comercial y exportable, para ello dio una serie de beneficios tributarios a quienes deseaban producir filmes. Si bien el resultado fue un amplio porcentaje de cintas de baja calidad, también esta acción gubernamental permitió ampliar el espectro en la creación fílmica generando productos excepcionales, como esta magnífica película que en esta ocasión citamos y que, por cierto, fue dirigida por un director que sólo tenía experiencia en series de televisión.
Para tomar en cuenta, hay un momento en la primera parte de este filme en donde uno de los protagonistas, en una etapa de bastante confusión, golpea su tablero de ajedrez y cuando levanta las piezas caídas queda mirando fijamente a uno de los peones, como descubriendo que debe ser él quien dé inició a una jugada peligrosa en su vida, que podría generarle mucho dinero.
Esta escena se constituye en un punto referencial para comparar el trasfondo de la trama de la película con los inteligentes movimientos de piezas que realizan dos jugadores en el deporte ciencia, aunque en este caso se trata en realidad de dos ladrones, cada uno confiado en sus habilidades pero sin poder sospechar los planes del rival.
La película cuenta un instante de la vida de un introvertido empleado banquero que descubre de una manera singular que su entidad va a ser asaltada por un tipo que se disfraza de Santa Claus en un centro comercial, pero en lugar de alertar a la policía o a sus jefes, ve este hecho como una oportunidad para apoderarse del dinero, inculpando de la pérdida del mismo al atracador, pero éste a su vez no permitirá ser engañado y lo buscará para lograr la devolución de lo que dice pertenecerle.
La eficaz composición del guión de Testigo Silencioso permite narrar una historia sencilla y sólida, fácil de seguir, sustentada en una estupenda labor actoral de Elliott Gould y Christopher Plummer, cuya confrontación interpretativa es de lo mejor del filme. De personalidades muy distintas, ambos demuestran ser muy capaces para enfrentarse en una riesgosa competición de inteligencias, como si estuvieran en un tablero ajedrecista, cada quien diseña la mejor acción o movimiento de piezas para engañar al otro y buscar la manera de dar “jaque mate”. Nunca llegan a asociarse para repartir el botín y evitar problemas entre ellos, los dos no se confían, los dos se persiguen, los dos se esconden, los dos se anticipan, los dos se enfrascan en un juego incansable que sustenta el equilibrado ritmo del filme.
Gould y Plummer son, a su vez, “peones” y “reyes” de esta inusual partida, se mueven en todas las direcciones que pueden, son tan osados y hábiles que no hay manera que uno venza al otro por sus propios méritos, por lo que requerirán de la ayuda de sus “reinas” que poseen mayor capacidad de acción pero, sobre todo, de seducción.
De este modo, notaremos, en una avanzada parte de la película, como una de estas “reinas” nos enseña la imagen del mismo tablero de ajedrez, pero esta vez con las piezas debidamente ordenadas, que indican que empieza un nuevo y decisivo juego, en donde ya no será el peón el que dé el primer paso sino la reina, aunque esto le cueste ser una víctima, aspecto que presiente y que en un corto pero impresionante ritual dibujará un poema macabro acariciando suavemente el lugar en donde dejará todo por su rey.
El notorio protagonismo actoral de Gould y Plummer tiene un buen y refrescante complemento con las representaciones que realizan Susannah York y Celine Lomez como entes determinantes para inclinar la balanza en favor de uno de los “jugadores”.
Esta fortaleza interpretativa, unida a la genialidad del guión, logra engañar, pues trazar esa línea imaginaria en la mente de quien observa el filme sobre la disputa entre el bien y el mal, creyendo que es una batalla entre un tipo bueno y otro muy malo, pero en el fondo ambos son lo mismo, pues están robando.
Definitivamente, la política oficial canadiense del segundo lustro de la década de 1970 generó un potencial comercial en su cine. Si antes la nación norteamericana decidió impulsar obras fílmicas de alto contenido artístico o cultural, esta vez su objetivo era tener un cine que guste a la mayoría del público. Ambas tendencias no comulgaban entre sí, los defensores del cine de autor atacaron la vertiente comercial en la que se sumergía el cine canadiense.
No obstante, en esta etapa de contradicciones cinematográficas, nacieron pocos productos que supieran ver en ambas concepciones una oportunidad para compaginarlas y generar resultados con un alto componente de creatividad personal pero igualmente basado en estilos de las corrientes comerciales estadounidenses.
Testigo Silencioso es de esos grandes filmes que el tiempo injustamente escondió en el olvido, y es explorando este campo es donde se puede encontrar una de las joyas del thriller setentero.
La pasión está también en el cine.