Terrifier 3 (Damien Leone)

Si había un motivo para volver por tercera vez tras los pasos de la saga iniciada por Damien Leone en 2016 ese era sin lugar a dudas la mejora gradual que se reflejaba en Terrifier 2: no es que con ella estuviésemos ante la ‹opus magna› de su director —aunque, visto lo visto, quién sabe si bien podría serlo—, más bien ante un título que desarrollaba un universo propio haciéndolo confluir con una acertada veta fantástica, derivando en un producto meramente aceptable que iba más allá de la figura que capitalizaba su antecesora, más pendiente por dotar de un estilo concreto al protagonista de la función que de entregar algo con un mínimo de, ya no digamos entidad, sino simplemente espíritu. Terrifier 2 lograba, pues, que la carencia de intencionalidad y talento que asomaban en la primera parte, se viese enmendada por recursos tan sencillos como prácticos; apuntando a la referencialidad para constituir un mundo, en ocasiones, propio, y perfilando el carácter de un individuo que estiraba cada situación disponiendo una gestión de la tensión absolutamente insólita, Leone lograba, cuanto menos, empezar a dar forma a un microcosmos muy particular que, por más que bebiera del guiño, parecía dejar asomar alguna cualidad desde la que disponer los mimbres de aquello que en un futuro (a priori) se amplificaría.

En ese sentido, el de apelar a la alusión continua, Terrifier 3 deja bien claro su origen en un prólogo tan insustancial como extraño donde la Noche de paz, noche de muerte de Charles E. Sellier Jr. sobresale como molde: en él, no sólo asoma un horror más malsano y quizá no tan vinculado a la saga que parece tomar vías colindantes —en especial, con el momento de la cama, bordeado por una insania alejada del chascarrillo hemoglobínico y el desparrame más característicos de Art The Clown—, sino que además se emplea dicha secuencia a modo de conector que nos ofrecerá las claves de esta tercera parte, hecho un tanto confuso si tenemos en cuenta que, amén de dibujar un tono disonante, más adelante el cineasta concretará dichas intenciones. Aquello que podría ser un acicate para jugar en cierto modo con la gestión de las expectativas, termina resultando un pegote sin otro aliciente que dar al fan aquello esperado en la superficie. Sí, es posible que estemos ante una secuencia que no estribe mayor importancia, pero la cuestión es que por sí sola define la entonación de lo que vendrá.

Terrifier 3 se articula así como un producto en el que el manejo de las distintas cuestiones que propone se antoja infructuosa a todas luces. Véase, por ejemplo, la representación del trauma en torno a su personaje central, Sienna, que a la vez enlaza con temáticas de lo más interesantes —como ese tratamiento alrededor del dolor ajeno enlazado con el personaje de esa ‹podcaster›, que conlleva algunos de los apuntes más lúcidos del film—, pero que sin embargo Leone, una vez conectado con algunas de las materias de la película, continúa extendiendo sin una motivación concisa, dando pie a una indefinición y vaguedad que desplazan el foco de aquello que debería ser Terrifier 3 y, peor aún, de su intento por proponer algo distinto.

Por otro lado, la extensión de ese universo que ya se comenzaba a perfilar en su anterior trabajo, no sólo no obtiene ni un solo matiz que merezca la pena, sino que además se pierde en explicaciones innecesarias y fuera de lugar —como el supuesto origen de Art The Clown—, dando al traste con lo que podría haber sido una mitología suplementaria y sugerente. Tampoco ayuda el hecho de que su propuesta relacionada con el género resulte tan exigua, incidiendo en una recreación cuya creatividad se antoja bajo mínimos: y es que quitando alguna secuencia concreta, no hay nada que no hubiese propuesto ya hace más de 50 años Herschell Gordon Lewis, el llamado padrino del gore. Por tanto, esa forma de recrearse, extirpando uno de los rasgos —el modo en cómo administraba la expectativa— que más juego daban en Terrifier 2, deviene las veces en un manifiesto hartazgo que ni siquiera las ganas de Leone por llevar la provocación a un nuevo nivel —en este caso, liquidando infantes— logra elevar —en especial si dicha provocación consiste en tímidos fuera de campo y planos generales, como en la secuencia del centro comercial—.

Terrifier 3 es la consagración de un ‹slasher› raquítico, un quiero y no puedo constante que incluso conlleva una involución a nivel estético más que patente —sí, cierto, su predecesora tampoco ofrecía un gran resultado, resultón a lo sumo, pero el film que nos ocupa, buscando emparentarse de alguna manera con el ‹slasher› ochentero, termina dando pie a un producto bajo mínimos—, un hecho que sorprende si tenemos en cuenta que estamos ante la consecución de la tercera parte de una saga donde el cineasta no sólo habrá tenido mayor libertad, sino también medios, y en el único aspecto que se atisba una cierta profusión es en unos efectos especiales que terminan siendo lo más destacable del conjunto. Y es que ya se sabe, ante la falta de argumentos para defender las propias imágenes, siempre quedará la casquería.

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