Si algo ha demostrado Terence Davies durante su larga carrera pero —en cierto modo— escasa filmografía (11 películas, incluyendo la trilogía con la que comenzó su carrera como director de cine), es su capacidad para cautivar al espectador a través de imágenes de un enorme lirismo, melancolía y belleza. Es una constante en su cine, te guste más o menos, y una cualidad, porque esas imágenes impregnan la mente del que mira y permanecen en ella mucho más allá del momento de visionado. Como si de cuadros perfectamente estructurados y planificados se tratara. Basta con observar cualquiera de las escenas de Sunset Song (su última película estrenada en España), o de The Deep Blue Sea (donde las escenas en el metro se te quedan grabadas), o The Neon Bible, por poner sólo tres ejemplos lejos de otras películas más autobiográficas, como lo son Voces distantes o El largo día acaba, otro de esos films en los que vale la pena zambullirse con todos los sentidos posibles.
El largo día acaba es otro ejemplo más de que no es necesario contar una historia siguiendo los cánones habituales del cine para rodar y ofrecer una película imperfecta pero de gran calado, hablando sobre la infancia de una persona ajena a nosotros (otra de las grandezas indirectas del cine: la capacidad de empatizar) como si vislumbráramos un álbum de fotos en movimiento. La cinta relata (si se puede decir así) la vida de un chico a mediados de los años cincuenta, mostrando escenas incompletas y aparentemente inconexas (pero en el fondo coherentes) de su vida, como unos recuerdos vistos desde una madurez lejana pero nostálgica, que se llena de gran cantidad de símbolos y simbología, pero sobre todo de música (y su gran poder evocativo) y de cine como canalizador de todo. Pues no es otra cosa que la infancia que se mitifica o se arrastra, según el momento (porque la educación religiosa lo envuelve todo, pero también el trato cercano con la familia y sobre todo con la figura materna), entrañable, tranquila, reflexiva y un poco triste.
Quizás su mayor problema (y único) está en el cálculo: no se identifica con un personaje o un evento en particular, sino que es vista como un boceto temporal, que de vez en cuando se centra en otras cosas, a veces en los seres cercanos y queridos, y sobre todo en todo aquello que se ha quedado en el pasado como parte de la infancia. Su mayor virtud: el estilo de este director, único y bastante intenso. Si conociera toda su filmografía, seguramente diría que nos encontramos ante un auténtico creador, aunque eso se nota en la propia atmósfera de esta película, en la música, las canciones, y las escenas que permanecen en la memoria durante mucho tiempo (incluyendo las pesadillas). Al igual que el resto de su filmografía, El largo día acaba anima a la contemplación. Es en realidad un cuadro vivo. Un escenario cuidadosamente equilibrado, en cada ángulo, en cada movimiento planificado, en cada escena. Una película de ritmo extraño pero atractivo.