La nueva película de Jonás Trueba arranca con planos separados de los cuatro protagonistas reaccionando a una actuación musical. En ese momento todavía no los conocemos, no sabemos de sus relaciones ni de los conflictos que se van a abrir paso en la historia. Esta escena no es precisamente breve, lo que da una idea de dónde nos quiere posicionar el director. Y es que frente a la tendencia en la ficción a codificar los personajes en su plano estrictamente representativo, aquí se arranca con la pretensión de una conexión lenta, no explicada ni pautada de antemano.
Tenéis que venir a verla no está por completo exenta de una cierta intención representativa; sería difícil, por no decir imposible, elaborar ficción narrativa sin este elemento. Pero ya desde el principio se siente como un conjunto de divagaciones y observaciones en las que se explicitan conflictos, salen a relucir aristas en las relaciones, pero no hay un punto concreto al que llegar. Sí, podríamos hablar de que en estas dos parejas hay planteamientos de fondo que afectan a su convivencia. La noticia del embarazo y la reciente mudanza de una de ellas genera un aturdimiento comprensible en la otra pareja: les hace cuestionarse el rumbo de su relación y la comodidad con la que afrontan su día a día. Pero en los futuros padres también hay incertidumbre; una vida ya encaminada, con planes a largo plazo y una casa recién estrenada no disipan la sensación de que no caminan exactamente al mismo ritmo y que tal vez se precipitaron los acontecimientos. Otro tipo de película habría encaminado esas conversaciones reveladoras hasta convertirlas en el foco central de la narración, pero aquí se tratan como preocupaciones casuales, o mejor dicho, como problemas a los que no nos corresponde buscar una solución.
Lo que intenta Trueba aquí es en mi opinión captar, más que encaminar, a sus personajes y sus escenarios como piezas identificables que resuenan o, al menos, son capaces de provocar algo en el espectador, pero sin llevarlos a ningún punto preconcebido por sus expectativas. No es que rehúya de profundizar en ellos, pero busca activamente esa mirada, por decirlo de alguna manera, centrada en cada momento y no en un desarrollo lineal. Y por todo lo mencionado considero que Tenéis que venir a verla es una película que, ante todo, pretende evocar una visión del cine como algo no compartimentalizado ni dirigido hacia las expectativas de las estructuras narrativas clásicas.
Que lo logre del todo o se quede en un intento loable pero incompleto es seguramente lo más debatible, pero considero que, si bien la cinta muestra un espíritu encomiable y su decisión de no desarrollar a fondo ni cerrar los conflictos genera una perspectiva muy fresca respecto de las típicas introspecciones que se dan en la ficción, esta le da demasiado valor a su final abierto e inconcluso, y creo que sería un error magnificar dicha maniobra cuando la película no logra desembarazarse del todo de ciertas herramientas narrativas más rígidas y en las que, en cierto modo, se demuestra una intención de dirigir y moldear la respuesta del espectador. Particularmente creo que este no era el prototipo de obra más adecuado para insertar esa música y esos poemas que delimitan las escenas y condicionan su alcance emocional. Uno podría pensar que es una licencia del director, como el libro que cuela en la trama sin ningún escrúpulo y que termina creando un pequeño foco narrativo a su alrededor, pero la diferencia es que aquello sucede con la naturalidad que le corresponde en mi opinión, y se siente orgánico. No creo que pueda decir lo mismo de las inserciones musicales y poéticas.
Desde luego, si esto es lo peor que tengo que decir de ella, queda claro que Tenéis que venir a verla debe ser una propuesta bastante satisfactoria, y lo es. Evoca sensaciones sin pautarlas y genera una reacción hasta cierto punto limpia de expectativas hacia sus personajes y eventos, lo cual sin duda es algo valioso. Al mismo tiempo, logra captar las incertidumbres de un momento histórico que nos es muy reciente, como es la vida en pandemia y sus efectos transformadores, sin tratar realmente de ello. No es la pieza más perfecta ni la más coherente consigo misma; pero es que su pretensión, su oda a la sencillez y la espontaneidad, es más compleja de lo que parece en un medio tan condicionado como es el cine, y que salga bien parada de ello merece su aplauso.