Las ideas están muy caras en el cine de género, más cuando nos remitimos a uno de los más sobreexplotados de los últimos años, el terror. Quizá a sabiendas de ello Connolly decide dejar las ideas originales y lúcidas para otros y se acoge a uno de esos planteamientos prototípicos en que un personaje se encuentra solo ante sus miedos, en una casa únicamente habitada por él, pero debido a una situación que ha propiciado. Connolly lo explica en lo que podríamos definir como antesala o prólogo, pero bien pronto se pone manos a la obra en la búsqueda de espacios, iluminaciones (o falta de) y acompañamiento sonoro para que el declive de ese personaje a modo de inestables visiones empiece a hacer mella gracias a unos recursos tan típicos como bien administrados, que se cimentan en torno a lugares oscuros y cerrados, además del empleo de una banda sonora que acompaña en casi todo momento y sirve como contrapeso ideal para introducir las secuencias más abocadas al terror cada vez que el protagonista sale de ese alumbrado salón que parece servirle como bálsamo y encuentra el horror en habitaciones de tamaño reducido que se abren tras puertas, trampillas y cortinas.
De este modo, el trabajo que Ryan Connolly estrenaba vía YouTube el pasado mes de mayo —todavía podéis verlo (de hecho, os lo dejamos en la zona inferior de este artículo)— es su segunda propuesta tras el debut con el cortometraje de acción Losses, y se erige como una pieza de terror que, aunque parece dirigirse a los peores vicios del género, sabe como diluirlos perfectamente ante un oficio que es propio de alguien con tan pocos trabajos a sus espaldas, donde tanto montaje como encuadre se complementan a la perfección tomando la mejor decisión en una cinta que decide eludir los sustos baratos y las trampas de guión construidas única y exclusivamente para dar un giro de tuerca a una idea tan sencilla como la presentada en Tell. Alrededor de ese título quiere hablarnos sobre la incomunicación que asola al protagonista y parece impedirle tratar con nadie, hecho que finalmente le lleva a la situación que da pie a toda esa espiral de paranoia y horror perfectamente compactados. Quizá sí se le puede achacar, más allá de alejarse de los mentados giros de guión, no tomar alguna decisión comprometedora, pero puede que sea ahí, en la extraña ambigüedad que destila (en especial, con ese último ‹travelling›) donde se muestra como un cortometraje realmente sólido, quedando su principal baza en un pretexto tan elemental como incierto, por esas lecturas tras un terror donde tal vez hay más de lo que parece.
Larga vida a la nueva carne.