Aludir al tótem cultural que supone la religión para nuestra sociedad puede llegar a resultar un arma de doble filo: tan elemental se antoja la posibilidad de indagar en un tema que tiende a los extremos en alguna de sus formas, como complejo explorar esa dialéctica sin caer en el terreno de lo obvio, de un tremendismo exacerbado que puede naufragar con facilidad al construir una realidad artificial por más que el distanciamiento social entre unos ideales u otros resulte manifiesto.
Ali Soozandeh vuelve a la técnica de la rotoscopia —con la que ya se confamiliarizó en el documental The Green Wave, donde participó como animador— con un debut donde pretende retratar el carácter sociopolítico presente en una de las ciudades más importantes de Oriente medio, la capital de Irán. Marco que sirve al cineasta para proponer una crónica a tres bandas en la que desplegar un universo femenino coartado por un mandato, el de un credo —con la religión como arma articular— que hiere en vida propiciando un clima opresivo en el cual dar un paso no es sino causa y efecto de ese mandato. Las acciones y dirección de sus protagonistas se ven sujetas, pues, a un contexto en el que la libertad se ve rescindida por el orden que se procura incluso en los hogares donde el ambiente parece menos viciado —aunque en el fondo no sea así—.
Lejos de encontrar en un asunto tan manifiesto y candente una punta de lanza, aunque necesaria, tosca, Soozandeh se involucra tanto con un relato agridulce, capaz de sostener aristas que nos llevan a ese gris indispensable al tratar temas tan sensibles y fácilmente maleables, como con unos personajes construidos desde un cierto respeto, a los que la degradación impulsada por el medio no les resta un ápice de humanidad. No son, de este modo, objeto de una manipulación que probablemente acentuaría un discurso y unas constantes —lo emocional— dirigidas a trazar una conexión más poderosa —si cabe— con el espectador, pero desde cualquier perspectiva también más falsa, más hueca.
Para confrontar un clima que de forma inevitable se intensifica, dejando así instantes de una fuerza patente, el cineasta iraní rebaja esa tensión con secuencias cuya aportación, si bien secundaria, se antoja vital para el desarrollo de un universo que no abandona su sino —esa no transparencia, esa forma de interpelar ante una situación compleja— y se sobrepone casi en todo momento —en su debe quizá esté ese innecesario plano final en el terrado— a un contexto que podría estar perfectamente conducido por lo explícito, desembocando en una falta de sutileza que se antoja primordial para el conjunto —aunque Soozandeh no siempre la maneje, a sabiendas de como la cruda situación que envuelve a sus personajes puede hacerlos estallar en apenas segundos—.
Tehran Taboo explora el conflicto —otro de tantos— en oriente medio a través de un medio que precisamente se había dirigido con anterioridad a esas mismas latitudes —con títulos como, por ejemplo, Vals con Bashir o la mencionada The Green Wave— otorgando, sin embargo, una visión distinta. Y es que si bien Tehran Taboo podría haber caído en la reiteración de unas constantes próximas para Soozandeh —recordemos que, más allá de colaborar en el film de Ali Samadi Ahadi, todas observan el choque desde territorios prácticamente limítrofes—, la consecución de un discurso propio y aplicado a sus formas, hacen de esta ópera prima un estimable ejercicio que, si bien se queda a las puertas de algo mayor, expone una situación de la que resulta inevitable dialogar, y lo hace logrando a la postre instantes de una extraña poética que bien podrían dejar entrever el potencial de un cine igual de maduro pero mucho mayor.
Larga vida a la nueva carne.