Si tenemos a Ted Fendt en el punto de mira es probable que aterrice en nuestra cabeza la tradición de la modernidad europea a juzgar por su último trabajo, Outside Noise (2020). Sin embargo, en su anterior largometraje, Short Stay (2016), parece reimaginar el cine indie a su manera, desde una perspectiva minimalista y un acertado aliño de comedia.
Es necesario recordar que Fendt es un joven cineasta estadounidense, muy consciente de sus referentes y de las tendencias en las que es capaz de insertarse. Se puede establecer intuitivamente una correlación con el cine de Jim Jarmusch, pues a ambos cineastas les concierne la belleza de lo simple. Por descontado, el maestro del cine independiente se presta a una captación del espacio muy diferente, del mismo modo que a unos tiempos de filmación y a unos métodos de dirección actoral muy coordinados escénicamente. Por no mencionar sus habituales e inexcusables presencias en pantalla, con Roberto Benigni, Tom Waits o Bill Murray capitaneando los elencos.
Short Stay es un film que lee lo cotidiano desde una vigorosa noción de realismo, con personajes que para una ficción canónica no generarían interés dramático. El alargamiento antinatural de las escenas contribuye a facilitarles el espacio que necesitan, les dejan respirar y rediseñan lo que los clichés supondrían para ellos en el caso de que se aludiésemos a una convención fílmica. En cierto modo es un retrato de gente aburrida, pero muy digno y equilibrado gracias al enfoque y al planteamiento estético y discursivo de las situaciones. El relato nos hace centrarnos en Mike, un adulto joven que siempre deambula y al que le surge la oportunidad de abandonar durante unos días su ciudad natal y trasladarse a Filadelfia para cambiar un poco de aires. Sin embargo, vacila en cambiar de costumbres y se percata de que la vida fluye del mismo modo sin importar el lugar donde se encuentre.
En ese sentido, una película como Academia Rushmore, de Wes Anderson, puede haber servido como un referente para la caracterización del personaje, aunque en este caso el conflicto y la vertiente cómica que lo empapa se fuerzan más. Fendt prefiere que la comicidad aparezca de manera natural, ya sea desde la conversación o desde la propia estampa de los intérpretes, que se mueven sin grandes aspavientos. El punto de vista del director para con los actores es de respeto absoluto; su film bien podría ser una aproximación a la poética de Linklater pero sin la romantización del viaje. Hay una férrea sensación de presente y sobre todo de cercanía con las situaciones, la mayoría de ellas de paseo o de diálogo. Hay que subrayar la importancia de un cineasta de penetrar en lo cotidiano siempre que tenga claro qué elementos quedan fuera y dentro de campo, pues una realidad no sólo queda alterada cuando lo demanda el relato, sino cuando se ubica la cámara.
Vistas sus últimas dos piezas, que apenas superan los 60 minutos de duración, se puede detectar un sano compromiso formal con el plano secuencia, aunque en Outside Noise aparecen cortes de montaje que destacan por su carga de significados —recordemos la escena final, donde se encuadra a las actrices por separado—.
A mayor acercamiento hacia los personajes, mayores son las posibilidades que como espectadores tenemos de identificarnos con ellos, pero siempre es necesaria una distancia crítica que preserve el interés y mantenga a flote el propósito de la película. Y si bien a Ted Fendt le queda una larga trayectoria para limar y perfeccionar dicha cuestión, su abanico de detalles en lo que respecta al diálogo entre forma y contenido apuntan a que puede devenir una voz significativa en los márgenes de las factorías.