Technoboss nos habla de Luís Rovisco, un hombre entrado en años al que la jubilación acecha y que, contra todo pronóstico, lucha por seguir trabajando. Su vida está llena de desilusiones y dificultades, pero la tonalidad tanto visual como sonora del film la reviste de una tierna comicidad. Desde varias canciones improvisadas en el coche hasta una brutal partida hacia el black metal, Luís sufrirá un proceso de ignición que lo llevará de viaje por el anhelo mientras batalla por las riendas de su vida.
La nueva película de João Nicolau, quien junto a Miguel Gomes representa lo más irreverente del cine luso, se ubica en el “tiránico” mundo de los sistemas de alarma. Luís se dedica a instalar y mantener los dispositivos de vigilancia y alerta de hoteles, asilos y tiendas que, muy a su pesar, se renuevan cada dos por tres. Como resultado de la continua creación de mejoras y la aparición de nuevos modelos, se forma un círculo vicioso en el que Luís aparece como un hombre del todo perdido. Alguien que desconoce los nuevos sistemas pero que conserva la astucia propia de un perro viejo del negocio. Es entonces, de la mano de esta dicotomía, que amanece la búsqueda de la felicidad que nace del suntuoso y acelerado mundo capitalista.
Luís quiere aprender, pero la paciencia tiene un límite y sus circunstancias empiezan a reflejarse del todo imposibles. Mediante la introducción de terceros personajes que reflejan otros aspectos del mundo laboral actual como, por ejemplo, un jefe invisible, el señor Peter Vale, al que no veremos físicamente, pero sabremos que está presente por su voz fuera de campo. Hay en Technoboss un acercamiento casi espectral a la tecnología y no solo por el hecho de las incontables cámaras de vigilancia que pueblan el film. El teléfono “invisible” de Luís, que suena, pero que no aparece; que se contesta respondiendo al aire y que lo acompaña más que ningún otro sonido se adhiere al hecho de que él mismo trabaja vigilando objetos que vigilan —recordemos la caja del capítulo uno de Twin Peaks: The Return—.
Partiendo de tal premisa, la comicidad, la frescura y la originalidad del film se verán acompañados por breves pero fascinantes momentos musicales. Sin fastuosas y explosivas coreografías, ni cantantes profesionales, ni escenarios imaginarios y estilizados, sino con un elenco de actores que expresarán sus sentimientos mediante la entonación de sus palabras en un formato muy alejados del género musical. Una canción melancólica sobre el paso de la vida en un coche, una didáctica melodía en el mismo o una romántica canción a dúo son los pequeños instantes que ponen la música en escena y rompen con el realismo del film, expresando lo más profundo que acaece dentro e Luís. El anti-musical, semejante al de Bruno Dumont en Jeannette, la infancia de Juana de Arco (2017) o la reciente Season of the Devil (2018) de Lav Diaz, se une a la estética soñada del film para dotarlo de dulzura y tristeza. Los paisajes-decorado y la continua sucesión de escenas cómicas y trágicas sugieren una amplia visión del mundo laboral en la cincuentena: Las residencias de ancianos que se ven como un destino ya cercano y la obsolescencia programada que parece haber alcanzado al ser humano se fusionan con los paisajes de pega y una sección musical tan animada como apasionada.