Unas fotos que marcan el paso del tiempo. Discusiones, anacronismos, recuerdos. Esta es la base fundamental de Tea Time, un documental “postietista” que pretende reflejar las vivencias de un grupo de señoras de edad avanzada mediante el recurso de sus charlas, donde el drama y el humor se mezclan y ofrecen un fresco de la diferente manera de ver el mundo a pesar de conocerse durante más de 60 años.
Y hasta aquí el anunciado y la descripción objetiva de lo que Tea Time ofrece. Más allá de eso podríamos considerarla casi como un ‹torture porn› geriátrico ya que, de alguna manera, sea a través de algunos planos de carácter abrasivo, sea por los atuendos que les hacen vestir (lo de la selección chilena es de vergüenza ajena) o por los temas de los que les hacen hablar, más parece que estamos ante un ejercicio de humillación de la tercera edad (y de gente con síndrome de down aunque esa es otra historia) que otra cosa.
El tono es lo que fundamentalmente falla en la película. Ese aire de ligereza de sobremesa, que de hecho es lo que retrata, no casa en absoluto con los absurdos, con las situaciones “whatthefuckescas” que se plasman en pantalla. La sensación, a pesar del uso de la cámara cercana y del bucle situacional aronofskyano, es que nunca llegamos a sentir la corriente de simpatía necesaria hacia estas señoras sino más bien lo contrario.
La sensación es que Maite Alberdi, la directora del film, juega en la liga de la universalidad, de querer tratar temas que puedan afectarnos a todos o al menos que sean reconocibles al mismo tiempo que introduce la idea de la modernoidad al hacer hablar a sus protagonistas de temas “actuales” como la homosexualidad, tribus urbanas… etc. Un conglomerado este que resulta tan indigesto como fallido. Por un lado el truco de la descontextualización temática en boca de según quién no solo no resulta graciosa sino que bordea lo patético, pero, y fundamentalmente, el universalismo nunca funciona ya sea por el tipo de humor usado, por los giros lingüísticos o por las situaciones narradas da la sensación de que son diálogos demasiado localistas para captar al 100% su trasfondo, su subtexto por así decirlo.
Tea Time puede resultar pues incluso una suerte de film buñueliano en su humor si no fuera porque aquí no se está intentando satirizar una cierta forma de vida, un estamento social o una determinada visión de un grupo de edad, no aquí la idea era precisamente hacer sonreír en la mejor tradición de la comedia blanca a la par que emocionar en la mejor tradición del drama clásico. Nada de ello pues funciona como es debido y quizás una de las causas es la permanente sensación de que este documental está demasiado ficcionalizado. Se nota demasiado el trabajo de guión detrás de cada diálogo en la pretensión de hacerlo relevante. No, claro que no estamos ante la hora del té de Nolan, pero algo de necesidad de sobreescribir personajes si hay. Es pues esta falta de espontaneidad la que finalmente resta credibilidad al conjunto, y por tanto anula su pretensión principal, que no era otra que hacer florecer un cariño que por desgracia resta ausente, comoº un proyecto sin realizar.