Té negro (Abderrahmane Sissako)

Costa de Marfil, China, Cabo Verde. Abderrahmane Sissako se pone a viajar sin distinguir tiempo ni espacio a través de una relación íntima con la ceremoniosidad de tomar té en Té negro. A partir de un grito desesperado de Aya, su protagonista, pasamos de un pacto amoroso a una liberación en femenino mientras se construyen a su alrededor todo tipo de historias paralelas que alimentan la magia que quiere mostrar el director.

La película se aferra en todo momento al sosiego con el que se caracteriza el té, aunque también asimila los saltos temporales con total frialdad, en favor de lo que se quiere narrar en cada momento. De lo que intuimos, una mujer que decide reiniciar su vida desde cero lo más lejos posible de su propio hogar, sacamos una idealización de comunidad y humanidad que busca la armonía mundial. Un listón demasiado alto para cualquier artista, es fácil caer en abismo. Aya aparece paseando por las calles de Cantón, en la también conocida “ciudad chocolate”, algo que el director aprovecha para mostrar la pluralidad que convive en los negocios de la zona, gracias a ese puerto abierto al mundo que lo conforma. Lo hace permitiendo que visitemos los negocios, a los comerciantes y a los clientes, siempre (bajo elección puramente visual) a través de un cristal que simule ese escaparate a lo cultural, al voyerismo puro. La chica de las maletas que busca un matrimonio concertado, los africanos de la peluquería o el policía que vigila la zona y que echa de menos las manos de su padre; todos disfrutan de ese momento en que Aya les escucha e interioriza sus vidas a modo de aprendizaje. Se podría decir que Aya es la mayor consumidora de té de la zona, si entendemos la ancestral bebida como una fuente de conocimiento. Por supuesto, esto requiere de paciencia y esfuerzo por parte del espectador, porque aunque la teoría sea realmente idílica, el té se puede llegar a enfriar si no se acierta con los pasos concretos.

Aya trabaja en una tienda de té, donde convive con Cai, un atractivo jefe dispuesto a enseñarle todo lo que sabe sobre los efluvios de esta bebida. Esto nos lleva a una particular reinvención de In the Mood for Love donde se mantienen las distancias, las miradas y los encuentros furtivos, pero no se acierta con los colores, con la música o con esa forma tan personal de Wong Kar-Wai para partirnos el corazón. Pero no vamos a desdeñar el intento cuando es otra la intencionalidad final del film.

Sissako es un hombre enamorado de la pluralidad. A través de los pasos de la ceremonia (el mismo Cai le explica a la protagonista las fases que se interpretan como atmósfera, sabor y sensaciones) refleja los estados emocionales de cada historia y es quizá lo que busca en los encuentros entre distintos personajes que simplemente hablan de sus vivencias. Atribuye a la cultura china una pausa que idolatra y desea transportar al resto de implicados, mientras va destapando mediante ensoñaciones y ‹flashbacks› los verdaderos incentivos para salir adelante. Parece en el apacible rostro de Aya reflejarse el interés por todo aquello que se narra, ya sea sobre té o sobre un padre ausente, aunque no queda esta pose tan natural como el director nos quiere hacer sentir, porque nos responsabiliza de aceptar todo lo que se habla y se sobreentiende como algo mágico y enriquecedor, y esto no funciona solo en una dirección, la fe no está al alcance de todos y tal vez, solo tal vez, debe expandir su palabra con energía para que el credo surta efecto.

Té negro se siente como autocomplaciente, es un estado de ánimo que abraza la serenidad, con la contrariedad de no querer esforzarse demasiado en transmitir ese sentido, simplemente mostrándolo frente a la cámara. Abderrahmane Sissako se proclama como un fuerte defensor del amor entre mortales por pura intuición, abanderado por el silencio y la contemplación, siendo más expresivo en su versión musical de Nina Simone cuando dice eso de «es un nuevo día, es una nueva vida para mí y me siento bien» que con las expectativas que genera esa nueva vida enriquecedora de Aya. Pero Sissako sueña y, ¿acaso es delito soñar?

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