Escuchemos la megalomanía del autor. Pero, ¿de qué autor, exactamente? Todd Field es un retratista, se regodea en un entorno mimado al detalle en el que sus personajes se crecen frente al drama. Es insólito el pulso mostrado en su debut, En la habitación (2001) la conciencia de una historia donde el trato humano es acariciado y la desgracia es azotada con violencia para remover sentimientos que vayan más allá de lo visual, también de lo ocasional, buscando el poso en la memoria por la modulación de esos estados de ánimo, que provoquen algo más que una resolución perecedera en el tiempo.
Parece una evolución natural que el autor, una vez reconocido, se crezca sobre sus propias veleidades, por lo que la escritura de Tár da para imaginar una composición que va más allá del estado actual de la sociedad, de los grandes problemas que acucian a aquellos que se convierten en devastadores seres acomodados en la sensación de ser intocables, del poder como expresión cultural. Tár se regodea en la magnificencia personal del autor, hasta sepultarla en una oxidada gloria.
Y sí, composición es una palabra a desgastar ante esta película. A través de la composición se reformula la imagen de su protagonista, una Cate Blanchett entregada, casi mimetizada con el gran reto que se le presenta aquí. Pero no es solo una composición musical (por su tarea como directora de orquesta), también es una composición de estímulos a través de imágenes y sonidos, donde se solidifica la idea del control artístico, siendo una respuesta, tal vez cogida al vuelo, de la propia labor de un director cinematográfico, trasladada a la figura de Lydia Tár, una persona mucho más poliédrica al permitir que nos empapemos de su intimidad. Quizá sea una simple anécdota, pero parece afilada una simple frase: «están aquí desde el rodaje de la película de Marlon Brando». En pleno caos, la clarividencia asoma con lo que podría ser una simple anécdota, que nos confirma —le permite a ella reflexionar— el peso del paso del tiempo, la mariposa ocasionando huracanes por muchos años que hayan pasado desde Apocalipse Now, las migajas que estropean el recuerdo para unos aunque otros sigan elaborando grandes palabras sobre una excelente obra.
Porque hay caos dentro de esa subrayada calma que se alarga, casi aletargada, presentando a su protagonista. Apenas podemos dejar de mirar a Blanchett. Por mucho que se amplíe un plano, y ella quede pequeña, anecdótica, está presente de algún modo. En la mayor parte del film hay una perfección asociada a la elegancia que se muestra pedante y agradecida por su propia existencia. Parece que Lydia tenga controlado cada uno de sus movimientos aunque veamos pequeños, ínfimos fallos en su estructura. Serían inagotables los adjetivos que se suman a su personalidad a cada tramo del film, pero esa pulida estructura de deidad en tierra de hombres tarda mucho en quebrarse. Cuando la seguridad desaparece, es el momento en el que la película choca con una oscura realidad cercana a la pesadilla. Del espacio controlado al desconcierto, donde ser conscientes que tiene un sentido todo ese tiempo y espacio en el que el director construye el personaje, para desenfocar esa perfeccionista, en ocasiones agotadora estructura de pulcritud visual, algo que destruir con rapidez y en silencio.
El sonido. Son largos los ensayos y dispersos los apuntes sonoros que distraen la atención de la protagonista, por lo que parece un castigo colectivo condenarnos al silencio. Cate Blanchett reacciona a cada imposición sonora, convirtiendo la película en la partitura de Todd Field. Ella se mueve a distintos ritmos, según lo impone el libreto, embistiendo con energía o difuminando el control, para que en el momento en que el personaje se tambalea, en vez de desafinar, haya un espacio muy acuciado para el abrupto y culpable silencio, que también debe leerse dentro de una partitura musical, también necesita su tiempo y su estudio, es parte de la sinfonía que aquí se está ejecutando.
Por tanto, es difícil discernir si es pleitesía o crítica lo que prevalece en Tár, donde nada puede improvisarse sin más, donde los sinuosos estados de ánimo de ella conviven con una estudiada expresión visual donde queda la duda de si ese revestimiento petulante es una cuestión del director gustándose a sí mismo con su pericia a la hora de componer escenas o es síntoma de lo que se quiere expresar a través de quien vaga por delante de la cámara. Sí, Field saca el cuchillo y arremete contra la norma establecida desmoronando a ese ficticio personaje que ha construido de la nada, al que ha dotado de todos los males que asfixian a la élite dentro de una subrayada humanidad intimista, pero Tár requiere de paciencia por nuestra parte para asentarnos a ese tono en el que enmarca la película, todo un riesgo porque es fácil perder a muchos durante su letargo elevado, aunque merece la pena esa inmersión en el más puro terror cuando los acontecimientos se agolpan y nos gritan, dejándose de sugerencias elegantes y relamidas. También hay algo a lo que ceñirse cuando no es posible adaptarse a esa mujer tan hambrienta, y esos son los detalles con los que se entretiene el director, casi más importantes que la fiera que protagoniza el film, donde realmente se disfruta la composición más allá de lo contemporáneo que pueda parecer el resultado, unos detalles que fluyen en pantalla a través de infinitos espejos y que conviven con la creación de espacios seguros o atormentados donde visibilizar la inspiración o el recogimiento, simples objetos de deseo que interpelan sosegadamente a la acción, sin importar su verdadero peso frente a todo lo que ocurre en cada preciso momento.
Personalmente creo que es excesivo el tiempo que se toma la película para construir el personaje y su contexto; Sumado a ello, si estás fuera del universo de la música clásica (mi caso), estás totalmente excluido/a en relación a referencias, comentarios, bromas, que se narran en la larga introducción del personaje y su contexto. En función de ello, la primera hora del filme se me tornó tediosa. El trabajo de Blanchet fue lo que me sostuvo en el asiento, además de la creencia en que la película iba, en algún momento, a profundizar sobre cuestiones que iba insinuando (los ruidos, la aparición de la chelista, lo ocurrido con una ex integrante). Pero no fue así. Sólo cuando transcurre un 70% de la película, comienza la «cuesta abajo» de la protagonista, rompiendo la coraza bajo la cual se encontraba. Pero, en mi caso, ya era tarde. El aletargamiento del cual habla la crítica, en mi caso funcionó como un quiebre en el cual fue imposible volver a conectar con la película.