Frédéric Fonteyne vuelve varios años después de realizar su último film con una Tango libre que, en el fondo, no deja de ser un drama sobre la (des)integración familiar pasado por un tamiz el del drama carcelario, que en esta ocasión también aporta la peculiaridad de apuntar directamente y, si se quiere, con cierta pasión, hacía una de esas señas de identidad del pueblo argentino como es el tango.
No obstante, y como suele suceder en los films donde un deporte o afición se torna elemento catalizador, en Tango libre cabe decir que Fonteyne prefiere sortear ese tipo de consideraciones haciendo de ese baile un conmutador para que las distintas piezas encajen dentro de una cinta que ante todo es valiente y no teme realizar arriesgadas mezcolanzas que bien la podrían llevar al más sonado de los fracasos, y que aquí se entienden más como un complemento y un modo de lograr que ese drama, de un modo un tanto extraño, llegue a buen puerto, que como un modo de encontrar en el espectador una reacción distinta por la combinación en sí.
En ella las decisiones de guión tienden a resultar arriesgadas: esa prisión transformada en una impostada escuela de tango que descubre en sus inquilinos argentinos un motivo para entenderlo como algo más de lo que es, esos secretos familiares (conocidos de antemano, todo sea dicho) que ven la luz de modo calculado, e incluso las apariciones de ese celador de prisión que van desatando las susceptibilidades necesarias como para que Fonteyne pueda acudir a ellas para dar un nuevo vuelco a la historia… y, sin embargo, lo cierto es que cuando uno comprende que todo está en el fondo atado a ese extraño drama de familia donde pasado y presente se encuentran, vislumbra la raza de uno de esos títulos dispuestos a enamorar solo a los que se dejen arrastrar por una propuesta que en más de un momento se puede cuestionar.
No se puede decir, pues, que el cineasta galo tome caminos placenteros; de hecho, transforma lo que podría haber sido la comedia romántica de turno en uno de esos dramas con personalidad y oficio donde hasta su objetable final guarda cierta coherencia con el desarrollo de sus personajes, en especial el de Alice, esa mujer que asistiendo a clases de tanto conocerá a uno de los celadores que intentan mantener el orden en la prisión donde su marido y un amigo cercano están encerrados, mientras ella intenta lidiar con la adolescencia de un hijo que en realidad lo único que requiere es la atención de una figura en la que verse reflejado.
Con un reparto donde Sergi López repite con Fonteyne más de una década después de aquella Una relación privada, que sería la que pondría definitivamente en el panorama al cineasta, y en el que cada interpretación se amolda perfectamente a las constantes de un film en el que cada componente (los celos, la falta de una referencia, la soledad…) juega un papel importante para desentrañar esas relaciones que van dando forma a un relato que, en realidad, requiere de ello para dotar de sentido a ese drama, Tango libre posee suficientes razones de peso como para que su bizarro marco no sea impedimento para disfrutarla.
Fonteyne, por otro lado, demuestra que sigue estando en plena forma, y lo hace urdiendo alguna que otra magnífica secuencia como en esa visita de Alice y su hijo a la cárcel, donde el montaje paralelo juega un gran papel, o el momento en que ese preso argentino (interpretado por Mariano Frumboli, conocido tanguero y fundador del llamado Tango nuevo) y su compañero escenifican ese tango salvaje apto para presidiarios.
Conviene ante Tango libre expandir horizontes y ser capaz de ver más allá de lo que la síntesis de la propuesta ofrece, y es que en ella confluyen unos anclajes dramáticos que, aunque sustentados por un avance de la trama que incluso se podría tildar de bizarro en cierto modo (en especial, por como resuelve ciertos detalles), saben como generar una extraña simpatía que se amolda perfectamente a las características de uno de esos films que, podrá gustar más o menos, pero desde luego no dejará indiferente.
Larga vida a la nueva carne.