También en el cielo (2022), ganadora a la mejor dirección en el Festival de San Sebastián, ahonda en las obligaciones, así como en los imperativos y sus renuncias. La vida de Lise, protagonista de la sorprendente ópera prima de la directora danesa, Tea Lindeburg, conmuta cuando a su madre, malaventurada, se le complica el alumbramiento de su hijo. La protagonista, siendo consciente del curso del río y sus surcos, deberá asumir, en adelante, la posición de su madre que figuradamente representa los valores de obediencia y mansedumbre del siglo dieciocho.
Lise, en el transcurso de la película, con la posible perdida de su madre, deberá asumir, por posición y género, el destino de su predecesora. La suavidad de la infancia se desvanece y aparece, con frialdad, la conversión a mujer y su implícito destino. La creencia de poder ser, en tanto que voluntad y decisión, acaba por desvanecerse, así como el hecho de amar sin condición ni estructura. Tea Lindeburg, por lo tanto, horada, en una historia intimista, las posibilidades de la mujer y su estado de negación. La negación, así como la privación de posibilidades, sobresale como uno de los valores fundamentales de la película. El lenguaje con el que se estructura, en consecuencia, se desarrolla a través de la mirada de la inexistencia. La estética con la que la directora danesa configura la película, se adhiere, por momentos, a la austeridad con la que Carl Theodor Dreyer, en un sentir parecido, trata a la protagonista de su última obra, Gertrud (1964).
La letra de la película, a medio camino entre la destemplada realidad y el quejumbroso suspiro de la fantasía, se desarrolla a través de una puesta en escena austera y, del mismo modo, profundamente coherente en su semiótica connatural. Tea Lindeburg, a pesar de descender al marco del esteticismo, consigue desenvolverse con austeridad, representar la opresión y ahogamiento de quienes viven bajo las obligaciones de su tiempo. La protagonista, en este caso, vive oscurecida por los signos de un patriarcado e iglesia, condiciones y hábitos del historicismo propio que arrastra, como diría Simone de Beavouir, al segundo sexo de finales del siglo dieciocho y, muy seguramente, a pesar de todo, el nuestro.
El final de la película, cuando los confines se han cerrado sobre si, despertando al silencio y al crepúsculo, en un gesto atestado de dignidad, la protagonista se recoge el pelo, resiliente a su realidad, y se dispone a proseguir en los caminos de quienes habitan, desean y, con todo, persiguen los ideales de su cuerpo. Recordando, nuevamente, a la filosofía francesa «El día que una mujer pueda no amar con su debilidad, sino con su fuerza, no escapar de sí misma, sino encontrarse, no humillarse, sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal».
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