Si bien su gran momento llegó con el descubrimiento propiciado a través de Lo que hacemos en las sombras, el nombre de Taika Waititi —unido en algunas ocasiones al de Jemaine Clement, con quien ya había logrado centrar miradas gracias a la serie Flight of the Conchords— recorría su propio camino a principios de siglo, más allá de en el terreno del cortometraje —donde surgió el galardonado Two Cars, One Night, que llegaría a ser nominado al Oscar—, gracias a algunos largometrajes capaces de otorgar una mirada distinta al cine neozelandés —anexionado por aquel entonces a autores como Jane Campion o un Peter Jackson que empezaba a dejar atrás su pasado más guerrillero para adaptar la saga literaria de J.R. Tolkien—: tanto Eagle vs. Shark como esta Boy de la que hablaremos fueron la comidilla en las dos ediciones de Sundance donde competirían, llegando incluso a llevarse su segundo trabajo algún premio en la Berlinale. Dos piezas que ya dotaban de una percepción tan propia como refrescante al género que le ha llevado a realizar su proyecto más personal en Hollywood con Jojo Rabbit, la comedia.
Y es que lejos del arte de hacer reír —ese que no pocos le discutieron con la citada Lo que hacemos en las sombras debido a una idea que no parecía soportar el peso de su metraje—, Boy es una de esas menudas perlas talladas con tanta ternura como ingenio, un carácter que ya dispara el mini-prólogo en off urdido en torno a su protagonista, Boy, presentando las líneas centrales de un personaje que, a partir de ese momento, se moverá del mismo modo que el film ante una tan extraña como curiosa indeterminación. No indica ello una falta de rumbo o indecisión fomentada por un sentido humorístico que, lejos de lo que pudiera parecer, no se pliega ante la servidumbre de una comedia fácil y sencilla como la que podría haber dispuesto la premisa de Boy, sino más bien la concepción de un espacio que no deja de estar determinado por la etapa que atraviesa nuestro protagonista; al fin y al cabo, la preadolescencia no deja de ser un periplo desde el que establecer una orientación a la que en ocasiones es difícil llegar; más si, como en el caso de Boy, se sucede la inesperada aparición de un progenitor cuya presencia otorgará un incentivo (guiado por el equívoco o no) desde el que ampliar ese universo compuesto por filias y la inquietud de optar a una madurez que ni Alamein, su mismísimo padre, parece haber alcanzado pese a su edad.
Waititi forja a través de esa composición un film que también sabe cuando abordar el arco dramático, pero que ante todo despliega sus ideas con firmeza gracias a una puesta en escena y aptitud formal que se acercan a al contexto “indie” —no extraña, pues, la predilección percibida por el Festival de Sundance—, pero lo hacen con la entidad necesaria como para poder desplegar las cualidades de su cine. Así, la propensión por una cultura popular que surca el film desde su arranque —desde Michael Jackson y su Thriller a E.T. el extraterrestre, pasando por esa constante atracción en torno al cine bélico— no se emplea como elemento epatante, sino como motor de una comedia que lo distingue como parte indispensable de ese periplo en el que resultan indispensables los referentes —y, en cierto modo, equipara a Alamein y su particular obsesión con E.T. a la inocente y divertida devoción de Boy por El Rey del Pop—, y en el que quizá, despegarse de los mismos, sea la forma idónea de terminar abordando nuevas posibilidades, un hecho que el cineasta kiwi termina reflejando en el último acto de Boy, dejando el relato ante una suspensión que en realidad no requería mucho más que eso, pues la ‹coming of age› dibujada por Waititi no se dirige a esa evolución, terreno esencial en el que parece indispensable pararse dentro del subgénero, sino a una concepción donde la asunción de uno mismo termina siendo el punto de partida. Y sólo por ello, Boy merece la pena verse como algo más que una comedia regida por conceptos que flotan en la mente de Waititi, es además el punto desde el que acercarse a un cineasta con una voz propia más allá de la idea.
Larga vida a la nueva carne.