Reanimar una tradición marginal
Decía Chantal Akerman que toda buena ficción nos reserva un punto de documental, y todo buen documental contiene ficción en sí mismo. Toda imagen, a fin de cuentas, es un índice documental del momento de su creación. A este respecto, el documental Tacones sobre ruedas, dirigido por Pau Canivell, interioriza de forma intuitiva este abanico de cuestiones. Con este proyecto, el colectivo ‹drag queen› vuelve a adquirir la fuerza que se merecía, pues desprende el carácter de primer paso o de obra seminal de cara a la inauguración de una más que necesaria corriente expresiva. Su detonante narrativo es una agresión homófoba acaecida en Murcia, que se transmite al espectador a través de una voz en off en los primeros compases, y ulteriormente se recupera para ilustrar casos parecidos. La apertura, que comprende esta puesta en marcha del relato y del viaje, se desarrolla en un descampado, un no lugar. Emplazamiento que metaforiza el no lugar que la sociedad siempre le ha reservado al colectivo ‹drag queen›.
La movida madrileña, series televisivas como La Veneno, el papel de los ‹new media› y el pensamiento afiliado a lo ‹queer› son algunos de los ingredientes esenciales para que Tacones sobre ruedas se incruste en una tradición y pueda adquirir rasgos diferenciadores, con una serie de personajes sumamente carismáticos. La singularidad de la pieza reside en que es capaz de poner a su disposición una suerte de técnicas localizables en el ‹cinéma vérité›, pero la veracidad de sus personajes titulares orienta el discurso hacia un terreno usualmente explorado desde la marginalidad de las convenciones sociales, y no digamos las cinematográficas. ¿Qué sucede cuando un conjunto de ‹drag queens› se traslada a un lugar cuya mentalidad reside en el conservadurismo y en la retórica de valores a la antigua usanza? En esta tesis de partida Tacones sobre ruedas adquiere una inmensa razón de ser.
La autocaravana deviene el espacio común de este pintoresco y encantador grupo de ‹drag queens›, que reafirman que su arte es todo y nada a la vez. El formato del ‹road trip› o la ‹road movie› funciona a las mil maravillas para que den rienda suelta a su lucimiento personal, en lo que también es un acto de comprensión y empatía hacia el otro. El objetivo de la película, explicitado textualmente, es llevar un arte allí donde no se ve, donde queda asfixiado por las convenciones. En ese sentido, la figura de Pedro Almodóvar deviene uno de los referentes indiscutibles de la película, con la coalescencia de sus tonos, el ‹pathos› dramático de sus intérpretes y la combinación de los colores. El célebre cineasta siempre fue capaz de realzar sus emociones y elevarlas a la categoría de arte, en todo momento acompañado por un grupo de actores y actrices que lo último que pretenden es estigmatizar sus cuerpos.
Es por ello que Tacones sobre ruedas quiere inscribirse bajo esta lógica, ansía ser ‹camp›. Lo ‹camp›, según Susan Sontag, es una alabanza a lo no natural, y esta sentencia se filtra en la película a través de planos frontales, que ilustran un suave equilibrio entre control y caos, entre teatralidad y naturalidad. Lo natural es aquello predeterminado, dado fácticamente y que existe sin la acción humana. El propósito de Canivell y su equipo es huir de lo natural y abrazar lo artificioso, lo estrambótico y sobre todo lo sentimental, pues el ser humano se constituye como tal de acuerdo con estos adjetivos tan impuros. E impuros deben seguir siendo.
La primera escena, entonces, rima con la última en cuanto a espacio, en una circularidad que no es sino el primer paso de un viaje que no ha hecho más que empezar.