Suzaki Paradise: Barrio Rojo es sin duda uno de los más grandes melodramas producidos por la mítica Nikkatsu en los años cincuenta justo antes de que la productora nipona refundara sus estatutos para abrazar en los sesenta cintas adscritas al cine de acción y a ese sugerente género que fue el Red Porno. Asimismo nos encontramos ante la primera obra maestra de un director de culto en Japón como fue Yûzô Kawashima, sin duda un malogrado cineasta cuya atractiva carrera se truncó a la temprana edad de 45 años tras sufrir un repentino ataque cardíaco. Reflejo del carácter mesiánico de Kawashima resulta el hecho de ser considerado, tras una votación realizada en 1999 por los mejores críticos japoneses, el quinto mejor director de la historia de la cinematografía del país oriental. A esto se añade la idolatría que le profesaba una luminaria del celuloide nipón como es Shohei Imamura, autor que consideraba a Kawashima como su gran maestro, siendo la hipnótica El Sol en los últimos días del Shogunato la favorita del genial cineasta.
El título de la cinta no debe llevar a engaño, pues empero hacer mención a un famoso barrio rojo del Tokyo de posguerra, la cinta no versa en su temática principal sobre ese leitmotiv tan recurrente en el cine japonés de los cuarenta y cincuenta como fue la prostitución femenina. Al contrario, esta mención fue utilizada por Kawashima como una especie de McGuffin para dibujar una película de historias cruzadas esbozada a través de las peripecias de una serie de perdedores que sobrevivirán a sus miserias y desgracias en las inmediaciones del distrito de placer que fue Suzaki Paradise en el momento anterior a la abolición de la prostitución llevada a cabo bajo los dictámenes de los regidores japoneses (hecho histórico reflejado en infinidad de cintas japonesas, siendo quizás la más emblemática la maravillosa La calle de la vergüenza de Kenji Mizoguchi, película que casualmente comparte año de producción con la reseñada en este artículo).
La cinta arranca mostrando a una pareja inmersa en una discusión en la orilla de un río que separa la zona industrial de la ciudad del suburbio de prostitución tokiota llamado Suzuki Paradise. Yoshiji es un joven desorientado, humilde y algo torpe que ha dejado atrás su incierto futuro para compartir viaje con su amor Tsutae, una muchacha ambiciosa, de carácter alegre e irresponsable que igualmente trata de huir de un pasado marcado por el ejercicio de la prostitución. En su camino sin rumbo, ambos arribarán al establecimiento de bebidas regentado por Tokuko, una mujer madura que subsiste junto a sus dos hijos pequeños dispensando sake y refrescos a las prostitutas del barrio al igual que a sus clientes que acuden a saciar sus ansias de sexo. Tokuko es una señora desdichada desde que su marido la abandonó hace más de dos años por una mujer más joven sin dejar ni rastro, pero poseedora de un talante bondadoso. Así la dueña del bar ofrecerá a Tsutae un trabajo como camarera para de este modo evitar que la misma cruce el puente para caer en los brazos de la prostitución, e igualmente encontrará un pequeño oficio a Yoshiji como repartidor de fideos en un restaurante vecino. Sin embargo el talante codicioso y egoísta de Tsutae la llevará a entablar amistad con un viejo cliente del bar dueño de una tienda de electrodomésticos, figura que la insaciable Tsutae utilizará como puerta de escape a la miseria económica que la acompaña desde que conoció al sumiso Yoshiji.
A partir de este momento, la cinta dibujará tres historias en paralelo esbozadas con un talento sublime por un Kawashima tocado por una varita mágica: la historia de amor interesado de Tsutae con el viejo propietario de la tienda de electrodomésticos, la epopeya vivida por Yoshiji en el restaurante de fideos donde conocerá a una bella y sencilla dependienta que le hará replantearse su historia de amor fatal con la caprichosa Tsutae y como testigo silencioso de los diferentes actos, Kawashima centrará su mirada en la dócil Tokuko. Así, la veterana comerciante sufrirá los vaivenes de la historia de amor de los dos jóvenes arribados a su tienda, pero también revivirá su amor enterrado tras la llegada por sorpresa de su marido después de abandonar a su amante, siendo un punto de inflexión que traerá consigo la felicidad a la existencia de la sufridora Tokuko. Sin embargo, un suceso trágico en el que confluirán las tres historias en paralelo narradas por Kawashima trastocará la incipiente felicidad que parecía haber emanado en el trayecto de los tres personajes principales, destruyendo pues la esperanza en un futuro exento de desdichas.
En este sentido, la cinta es un auténtico portento narrativo que demuestra el virtuosismo de Kawashima para hacer fluir mediante una sencillez extrema un complejo torrente de pasiones sin hallar ninguna molesta piedra en el camino que le impidiera plasmar una historia profundamente humana que exhibe las miserias que persiguen a los seres humanos sin rasgar en ningún momento las vestiduras, puesto que Kawashima dibujó una atmósfera opresora y asfixiante sin recurrir al ejercicio fácil de describir parajes sórdidos ni mezquinos, sino que la misma fue dibujada desde un tono optimista (con ciertos toques de refrescante humor) convirtiendo a la aleatoriedad del incierto destino la seña de identidad del film para retratar las perversiones manifestadas por nuestros semejantes a la hora de establecer relaciones con nuestros amigos y parientes más próximos.
La puesta en escena del film hace gala de una elegancia supina apoyada en una fotografía en blanco y negro de tono muy pálido y realista que exhibe de manera fidedigna la realidad urbana del Japón de finales de los años cuarenta (hipnótica para mí es la escena en la que un desesperado Yoshiji perseguirá por las pobladas calles del Tokyo comercial al viejo propietario de la tienda de radios que le ha hurtado el amor de Tsutae, secuencia que basa sus cimientos en el cinema verité francés gracias a unos potentes travellings tomados a bordo de un automóvil que detalla a la perfección el movimiento existente en esa jungla urbana que es la capital japonesa y que sentaría posteriormente las bases del verídico y urbano cine japonés de los sesenta). De este modo la cinta se aleja del estilo introspectivo y onírico de las obras de Yasujiro Ozu o Mikio Naruse, convirtiéndose de este modo en una pieza fundacional que anticipó lo que posteriormente se convertiría en esa corriente destructora de paradigmas clásicos que emergió en el Japón de los sesenta.
Y es que si hay una palabra que defina a la perfección el espíritu de Suzaki Paradise: Barrio Rojo esa es modernidad. Vanguardia que se nota tanto en sus planos de cosmos y ritmo puramente occidental, así como en la frescura que desprende la interpretación de los actores, pero también gracias a la radiografía del entorno social centrado en esa emergente juventud perteneciente a la generación perdida del Japón de posguerra efectuada por Kawashima. De este modo, el cineasta japonés dibujará a una juventud sin rumbo, oficio ni beneficio que vagabundea por los suburbios de la capital en busca de un El Dorado inalcanzable para descubrir por medio de la triste y doliente existencia de las viudas y veteranos de guerra, que apenas existe esperanza en un futuro marcado por el vacío existencial y la hostilidad ante todo acto de rebeldía. Como sucedía en la fantástica Muddy River (obra que me atrevo a aventurar que bebe en espíritu de la magna obra cincelada por Kawashima) el mugriento río que separa los dos lados de la ciudad servirá como una especie de metáfora de la vida, el cual fluye a pesar del fango que descansa en su fondo provocando el naufragio de algunos así como la deriva a un lugar desconocido y posiblemente más consolador a otros. Sin duda, Suzaki Paradise: Barrio Rojo es una parábola vital enriquecedora que permanecerá en la memoria del espectador gracias a la espléndida arquitectura cinematográfica con la que armó a su obra un genio del cine japonés de todos los tiempos llamado Yûzô Kawashima.
Todo modo de amor al cine.