A pesar de ser señalada por los estudiosos como la primera mujer directora de cine en los EEUU, se ha relegado a Lois Weber a un segundo plano en la historia del séptimo arte desde luego para nada merecido. Pues no solo nos hallamos ante un icono del feminismo, que también, sino igualmente ante una creadora de imágenes innovadoras y fascinantes que nunca antes habían sido plasmadas. Es por ello una pionera en cuanto a narrativa que supo crear un imaginario propio e intransferible que posteriormente fue cosechado por nombres tan importantes como Alfred Hitchcock, Brian De Palma o Stanley Kubrick. Y es que Lois Weber fue una autora avanzada a su tiempo, una visionaria que creó el género de los géneros: el thriller. Una de las primeras directoras (directores si se me permite emplear este término como neutro) que se atrevió a forjar una crónica lineal con su inicio, nudo y desenlace tal como lo conocemos hoy en día, puesto que sin la aportación precursora de Weber la expresión cinematográfica hubiera tomado un sentido diferente al que se dio, siendo por tanto su importancia tan relevante como la que señala a D.W. Griffith o Georges Méliès en cuanto a modernización de la estructura de este arte centenario.
Y esto es Suspense. El primer thriller moderno de los anales del celuloide. Una pepita de oro de incalculable valor arqueológico. Una cinta adorada (solo hace falta verla para apreciarlo) por los anteriormente mencionados Hitchcock, De Palma o Kubrick quienes emplearon las nuevas técnicas desarrolladas por Weber en este simbólico film en algunas de sus más recordadas cintas. Porque en Suspense se observa la esencia de obras como La sombra de una duda, Sospecha, Encadenados, Vértigo, Carrie, Fascinación, Impacto, Doble cuerpo, Vestida para matar o El resplandor. También La carreta fantasma de Victor Sjöström. Esto es, de todo el cine de suspense y terror que nació de las simientes de esta obra maestra de referencia.
El planteamiento no puede ser más sencillo, obvio al tratarse de un cortometraje de diez minutos de duración realizado en 1913 que condensa una trama tan encantadora como contundente. El corto se abre mostrando a una mujer empleada en el servicio de una casa de campo apartada de todo síntoma de civilización que decidirá abandonar el lugar dejando como muestra de ello una carta de despedida a sus señores. La nodriza observará a través de la mirilla de la puerta de la habitación donde descansa la cuna de un bebé a la madre acunando a su criatura (interpretada por la propia directora Lois Weber). Secuencia fundamental, uno de los primeros planos subjetivos de tono vouyerista que sería en años posteriores mimetizado y mejorado por Vittorio De Sica o Seijun Suzuki en sus Umberto D o Branded to Kill.
El abandono de la casa por parte de la niñera se verá acompañado por la aparición de un mendigo que anda merodeando por los alrededores. Así al visualizar el retiro de la empleada, el merodeador aprovechará este hecho para asaltar la casa con la intención de robar tanto víveres como dinero sin sospechar que dentro se halla la madre y su pequeño retoño. Sin embargo la mujer ya había avisado mediante una llamada telefónica a su marido de la huida de la cuidadora así como de la presencia de una sombra extraña en los límites del hogar. Por tanto el cónyuge acudirá raudo y veloz con la compañía de la policía a su casa para tratar de defender a su mujer y su hijo de la amenaza que supone la irrupción de un ente desalmado que no dudará en sacar su cuchillo para atemorizar a sus rehenes.
Suspense se eleva como una cumbre que marcó un punto de inflexión en cuanto a verbo y estilo. Un regalo que agrupa en sus escasos diez minutos de metraje todas y cada una de las técnicas que un director especializado en el thriller debe usar para generar tensión e intriga. Para los amantes del género será una auténtica gozada ver esos primerísimos planos subjetivos; también ese artificio consistente en dividir la pantalla en tres planos ubicados en espacios diferentes para mostrar las andanzas en paralelo de tres personajes en el mismo instante temporal en una sola escena simultánea (sí, Brian De Palma no solo homenajeó a Hitchcock sino que debe buena parte de su estilo a Lois Weber); asimismo creo que aquí se contempla por primera vez un plano motorizado consistente en situar la cámara sobre un coche que circula a toda velocidad siendo el espejo retrovisor un elemento que servirá para introducir un plano adicional que fotografía al coche de policía que sigue los pasos del carro del marido circulando a toda velocidad.
Pero lo que más me gusta de la película de Weber es su capacidad para generar incomodidad en el espectador con el solo recurso del empleo de una cámara. Así, la escena del asalto a la casa por parte del merodeador se asoma como una cumbre del género de intriga y de terror. Kubrick la homenajeó en El resplandor con su famosa escena del hacha y Jack Nicholson. Aquí Weber sin llegar a esos gestos histriónicos de su antecedente logró crear la misma tensión con unos simples planos fijos. También moldeando un par de picados absolutamente portentosos y enfermizos reflejando la maldad innata focalizada en el primer plano deformado del rostro del mal simbolizado en la tez del atracador. Y como en todo buen thriller no podía faltar ese montaje en paralelo que transcurre mientras el merodeador traspasa la puerta de la casa en busca de no sabemos si el robo de material precioso o el asesinato de los huéspedes y la carrera en coche que emprende el marido de la esposa amenazada en compañía de la policía en una especie de contrarreloj que emerge como un diamante en bruto del género de acción y suspense.
Todo ello convierte a este cortometraje en una de las mayores obras maestras de los orígenes del cine, una pieza de indispensable visionado para todos los que amamos este hermoso arte y todo un manual de consulta en cuanto a como crear una pieza inquietante y desasosegante con los más humildes mimbres, sin trampa ni cartón, tan solo explotando el poder de la imagen, de sus planos, del lenguaje cinematográfico exento de estallidos y diálogos, sin duda la mejor forma de lanzar un mensaje claro y subliminal que traspasa el subconsciente del espectador para permanecer allí hasta el fin de nuestros días. Algo tan complicado de conseguir y que Lois Weber alcanzó a idear partiendo de su sabiduría pionera, aquella inmaculada de pretensiones egocéntricas lanzadas solamente para llamar la atención. Pues en Suspense asistimos a una clase magistral rubricada desde la humildad que ostentaban aquellos pioneros que se asomaban al arte recién nacido con la ilusión de un niño.
Todo modo de amor al cine.