Apenas un par de estampas en apariencia convencionales sirven a Aneil Karia para dibujar las líneas maestras de su ópera prima, una Surge que sigue incesantemente a su protagonista, un joven trabajador de una terminal del aeropuerto cuyo espacio personal quedará, en un principio, reducido a sus interacciones laborales y a un pequeño apartamento donde parece vivir con sencillez; un contexto que se antoja común, pero que a partir de la cámara del cineasta británico derivará en una suerte de incómoda rutina donde cada acción se transformará para Joseph en una muesca más del estado convulso que parece latir en ese crispado microcosmos que agitará el devenir del personaje interpretado por Ben Whishaw.
A través de invasivos movimientos de cámara que denotan una fisicidad permanente (y muy pertinente), sin dejar de reseguir la silueta de Joseph, y transformando una simulada cotidianeidad en el incómodo descenso a la psique de un individuo perturbado —no tanto por una naturaleza que se antoja ordinaria, sino más bien por la constante sensación de ira que lo rodea—, Karia traza en la corporeidad de un incontenible y fantástico Ben Whishaw el dibujo de una explosión que va más allá de lo asumible; esa (presunta) degradación psicológica no es más que la reacción ante un sistema que parece hallar en esa crispación el mecanismo ideal para contener al individuo y reducirlo a la mínima expresión, que no es sino la representación inicial de un personaje que evita alzar la voz o realizar un mal gesto pese a las circunstancias.
Es cierto, en ese sentido, que el cineasta británico esboza, dentro de esa citada cotidianeidad, situaciones que extreman su carácter, que parecen requerir un inevitable choque, pero sólo se topan ante el reposado gesto de Joseph; un gesto en ocasiones extrañamente tenso, percibido por el espectador únicamente mediante ese persistente seguimiento realizado por Karia, que encuentra en la sombría y expresiva mirada del actor un vehículo desde el que acometer la particular transformación y posterior periplo que llevará al protagonista a rebelarse ante un panorama donde todo, hasta el más mínimo detalle, parece estar abocado en una sola dirección: la de impedir que el individuo pueda progresar con una “normalidad” —si es que tal vocablo tiene sentido ante una percepción cada vez más abstracta de aquello que conocemos como sociedad—, entorpeciendo sus objetivos, por simples que estos puedan ser.
Aneil Karia propone, pues, a través de la mirada de ese personaje, algo más que una rebelión, una actitud que va más lejos del aparente alzamiento ante un contexto si bien no hostil, cuanto menos cargante, comprometedor; y es que al fin y al cabo, las acciones de Joseph atentan contra un ‹statu quo› que parece empujar al individuo contra sus límites, siendo partícipe de un enrarecido ambiente social que no deja de ser consecuencia de esa sociedad de (supuesto) bienestar y consumo que dirige los pasos de quien tenga a bien convivir en ella, seguir sus normas y preceptos. Los actos de Joseph resultan, de este modo y en la superficie, de un estado psicológico que no se asemeja ni mucho menos estable, pero encuentran un objetivo (en cierta manera) tangible, proyectado desde una deriva propia siempre anclada a los mandatos del sistema.
La afilada discursiva de Surge no se queda simplemente en eso, y es que el cineasta británico es capaz de armar un dispositivo formal que alude perfectamente a las intenciones que posee en cada momento. Ya no se trata de acompañar las acciones del protagonista de una naturaleza rabiosa imbuida en esas imágenes, ni siquiera de describir la condición del mismo desde estas, sino de saber otorgar a cada espacio y cada momento una tonalidad específica que Karia gradúa con inusitado pulso; una manera que sirve para algo más que moldear esa disertación de la que el film en pocas veces se despega, también para dilucidar los sentimientos de Joseph, así como intentar comprender el sino de sus movimientos en cada preciso instante.
Es probable, en efecto, que Surge apele a aquello que otros tantos cineastas han diseminado con certeza —se me ocurren autores de la talla de Martin Scorsese o uno de sus aliados en la escritura de algunos de sus grandes trabajos, Paul Schrader—, pero tan cierto es como que la personalidad y el talante que atesoran la ópera prima de Karia no arrojan duda acerca de las capacidades de un autor con mucho que decir, y ya no solo por la estimulante y sugerente configuración de un discurso propio, también por el extraordinario retrato de un individuo que encuentra en Ben Whishaw el reflejo perfecto, un reflejo que halla en la simbiosis con la cámara que le persigue el perfecto aliado como para que Surge no derive en un vacío alegato, y termine evocando una extraña emoción que sólo se puede comprender en la sonrisa cómplice de aquel que ya no tiene que perder.
Larga vida a la nueva carne.