Surbiles es el nombre que se le otorga en la isla de Cerdeña a las brujas. Unas sombras amenazadoras y espeluznantes moradoras de tiempos remotos. Una especie de Meigas a la italiana. Pero en este caso terroríficas. No solo dispuestas a cocinar pócimas y ungüentos tanto reparadores como maléficos. Tampoco vestidas con ropajes negros y narices aguileñas. Son mujeres normales que caminan por las calles sin dar señales de su origen. Esperando a que la luna devore la luminosidad de las villas en las que habitan para dejar que su alma abandone su armadura terrenal, caminando por las solitarias calles como espectros invisibles gracias a su dominio del universo de las pesadillas así como su degustación de efímeras drogas. Su objetivo será localizar una casa que albergue un recién nacido o en su defecto un niño que aún no ha conocido el sacramento del bautismo, con el fin de entrar en la residencia mutadas en moscas o en otro tipo de alimañas demoníacas para absorber la sangre virgen de los infantes. De hecho infinidad de leyendas del medievo sardo achacaban la muerte repentina de numerosos bambinos a la acción de estas brujas con ansias de vampiro.
Este será el punto de arranque de este docudrama tan extraño como atractivo. Filmado en una pequeña población sita entre las montañas de la isla de Cerdeña. Poseedor de un aura experimental que lo emparenta con esos falsos documentales ideados por Peter Watkins. Con un revestimiento visual que identifica su espíritu con el naturalismo de trincheras de Franco Piavoli y del mismo modo desde el punto de vista conceptual con ese carácter étnico perteneciente a Vittorio De Seta. Y es que resulta muy complicado articular unas líneas que definan esta película. Se trata de un experimento muy original y extravagante. Que empieza como una especie de documental que entrevista a una serie de paisanas acerca del significado que tiene para ellas la influencia invisible de las surbiles. Pero que torcerá su destino de forma sorprendente. Hilvanando un relato de terror y misterio en torno a la figura de estas desconocidas, para un servidor, malignas. Inyectando en la atmósfera un aroma incómodo e inquietante gracias a varias secuencias de tono alucinógeno. Como ese inicio en el que una bella joven deambulará por las calles desiertas del pueblo despertando las miradas curiosas de la población autóctona. Para de repente hacer parar la cámara en el interior de una casa en el que una viejecita luchará en contra de una voz de ultratumba que insistirá en entrar en su hogar para saciar su hambre. Sin duda con la ambición de devorar al nieto de la anciana quien iniciará un ritual con el fin de espantar a esa voz que altera su quietud. O como otra escena en la que presenciaremos la lucha a muerte entre dos surbiles el día de Navidad a la salida de un colegio en el que los pequeños están llevando a cabo una representación. Secuencia estremecedora merced a su tonalidad documental ajena a la esfera de la ficción, dotada de un escalofriante realismo gracias a la interpretación de dos lugareñas que echarán el resto para enturbiar el ambiente.
La película combina con mucho acierto pequeños segmentos de entrevistas a ciudadanos del pueblo en el que se emplaza el relato con pequeños episodios de ficción que tratarán de ilustrarnos acerca de los ritos y usos ancestrales aún supervivientes en la sociedad actual, reconstruyendo con precisión y firmeza las supersticiones así como la absoluta dependencia de la religión que afecta a los hogares de la Cerdeña más profunda y agorera. Casas ornamentadas por altares y crucifijos denotarán el miedo a lo desconocido y a las fuerzas del más allá. A lo foráneo. Alzándose como uno de esos imaginarios aún puros y descontaminados. Aquejados pues de creencias y fetichismos superados por la modernidad. Donde aún impera la magia negra y la hechicería. Magia negra y magia blanca. Pues la cinta también reivindicará el papel de las surbiles que amparan a sus protegidos, peleando contra las tretas cinceladas por sus compañeras de oficio.
Su punto fuerte será su chute estupefaciente. Sin duda esta es una de esas películas que se gozan más en un estadio ajeno al meramente tangible. Dejándose llevar por delirios oníricos propios de un mundo plagado de sombras y nieblas. Embelesándose con su disfraz documental que aspira una fábula gótica de ficción segmentada en varios episodios. Y al contrario. Será una película que supondrá un auténtico dolor de muelas para aquellos que esperen una historia lineal y clásica, sujeta a intrigas y giros de guión y asimismo trenzada a partir de un guión muy estudiado y perfectamente estructurado protagonizado por actores que vierten sus enseñanzas aprendidas en escuelas de interpretación. También para aquellos que se duerman con el cine de tedio y contemplativo. Pues esta no es sin duda su película.
Los cuatro capítulos en los que se divide la ficción (protagonizados por rostros y desvelos divergentes) se unirán en la secuencia que cerrará el film. La exhibición de una ceremonia sagrada alrededor de una hoguera en la mitad de la noche, protagonizada por los semblantes de los personajes que emergieron en los minutos anteriores. Danzando y lanzando cánticos en idioma sardo. Mayores y niños. Todos unidos para conmemorar su alianza frente al eje del mal. Una guinda para un pastel extraño, no apto para todos los estómagos. Que prefiere el tedio y la observación a lo trepidante. Que no hace ascos a mezclar realidad con ficción de un modo azaroso y subyugante. Que finalmente no escoge su territorio principal, caminando por senderos por tanto empantanados y peligrosos. Una cinta turbadora y alternativa que hará las delicias de los fanáticos del cine más subterráneo y subversivo.
Todo modo de amor al cine.