Cuatro amigos, tiempo de hormonas desatadas… y oscuridad. Porque, aunque no todos los caminos parezcan llevar a ello, la oscuridad está ahí, imperante, buscando su resquicio. Imbuida en la mente de un adolescente cuyo objetivo es la exploración, pero al que las metas no llevan siempre donde uno quiere, dibujando una fina línea entre aquello que se entiende como mera frustración, como una prematura angustia existencial, y el más sombrío de los instintos.
Super Dark Times, o así es del modo que lo entiende Kevin Phillips. Un título que lo dice todo, que desvela su esencia en apenas tres palabras —no marginemos ese ‹super› tan juvenil, tan inconsciente, tan propio, en definitiva, de la etapa que retrata—, y la desenvuelve en un relato que muta de una forma tan original como resbaladiza. Que se escurre en nuestras manos, que huye de espectros genéricos habidos y por haber. Aunque en ella haya apuntes cómicos, un lado más turbio que nos acerca al horror que intentamos evitar como individuos, e incluso un ligero resquicio para el drama, en esa frontera donde el romance, por superfluo que sea, sirve de hoja de ruta, como camino a seguir para comprender nuestra esencia, aunque sea en una etapa de puro aprendizaje.
No es que el cineasta rechace asociar su trabajo a un género en concreto: el tejido al que en todo momento se adhiere esta Super Dark Times nos lleva desde la «coming of age» de visos más dramáticos —pero no a partir de un sentido puramente vinculado al drama, siguiendo en su lugar el relato propuesto desde una perspectiva un tanto ingenua, desde la mirada, a determinadas cuentas, de sus personajes centrales— a un terror congénito, que no busca articular su propuesta intentando establecer una inquietud proclive al género, sino hablar de esos miedos a través de las claves del mismo. No se trata, pues, de rehuir el horror como fuente —al final, inevitablemente, hay pasajes que se acercan más a sus raíces, a sus estratos—, más bien de construir en torno a él una crónica adolescente que habla con mucho tino de una etapa de valor incalculable en el devenir de lo que seremos.
Kevin Phillips arma de este modo un ejercicio donde la tenue atmósfera queda marcada por su tono en cada momento. No hay una construcción espacial dedicada a fomentar esos lazos que vertebran el cine de género, y el terror funciona como pretexto, como estímulo de una realidad (obviamente) distorsionada, pero decidida a explorar un periplo tan variable como el de la adolescencia.
Es gracias a la amplitud en la perspectiva del debutante, que Super Dark Times funciona tanto de retrato de esa transformación en torno a la que muta nuestro desarrollo, como de percepción excepcional de un género al que no se puede enterrar; que, en definitiva, continúa propiciando miradas únicas en un panorama donde la sensación de agotamiento es en ocasiones patente, pero al que siempre se puede recurrir en busca de nuevos incentivos.
La adolescencia, etapa repleta de dudas, confrontación, inquietud y tantas otras sensaciones opuestas, obtiene un nuevo reflejo en esta ópera prima que no denota, no obstante, síntomas de inexperiencia. Ante una materia tan estimulante como la descrita, Phillips muestra determinación al inmiscuirse en un campo donde no es precisamente fácil anidar tantas categorías. Super Dark Times no sólo consigue eso, también delinear una personalidad que, sin necesidad de evitar lugares comunes, dispone al menos un trabajo tan bello y extraño como estimable.
Larga vida a la nueva carne.