Hay algo innegable en Sunset Song, su belleza. Es incontestable que Terence Davies, director del film, sabe cómo crear la atmósfera adecuada y otorgar a su film la cualidad pictórica requerida. Cada plano es como un cuadro viviente donde se palpa, se vive y se siente la realidad de la Escocia de principios del Siglo XX, cada movimiento de cámara destila elegancia, cada toma, cada encuadre está planificado al milímetro. Y sin embargo el resultado de Sunset Song no puede ser más desalentador.
Es por ello que, al menos como factor positivo, el film permite y casi exige una reflexión al entorno de la belleza y la estética en el cine. ¿Es un elemento que puede validar un film por si solo o por el contrario debe ser valor añadido aun propósito mayor? En este sentido tenemos en directores como Terrence Malick una deriva esteticista donde la belleza pretende explicar por si sola la nada que contiene (esencialmente en sus dos últimas películas, To the Wonder y de forma más evidente Knight of Cups) y por otra, por poner un ejemplo no muy conocido pero válido, al director letón Renars Vimba que en su ópera prima Mellow Mud opta por un preciosismo integrado a modo señalizador moral y mensajístico de su obra.
Davies, se situaría en un término medio en Sunset Song. Está claro que la intención de situarnos en el entorno, de establecer una pausa contextualizadora y de dar espacio al espectador para “entrar” en el mundo propuesto funciona correctamente, sobre todo en el primer tramo del film. Una introducción pues que hace preciso lo precioso y consecuentemente eso se refleja no solo en lo visual sino en la forma de manejar el tiempo. Elipsis, fueras de campo y largas panorámicas ilustran esa sensación de monotonía, cotidianidad y espacio anclado donde todo permanece, nada cambia.
Y sin embargo esos cambios si se producen, la vida continua y los dramas estallan. Y aquí es donde Sunset Song se hunde estrepitosamente. Los recursos siguen siendo bellos pero consiguen el efecto contrario al propuesto: minimizan, ensombrecen y reducen prácticamente a la nada una historia que se intuye potente pero que casi queda convertida en un manual de, y perdonen la expresión, ver crecer la hierba. Lo peor no es eso, sin embargo. Lo peor es que se acaba por desconectar de todo lo que no sea meramente formal. Ni la trama, ni los personajes (algunos sencillamente se esfuman) acaban por importar. Lo que era elipsis temporal acaba por ser vaporización argumental y situacional. Ya no sabemos las motivaciones, solo detectamos relaciones causa-efecto que patinan por ser o bien de una obviedad de primero de escritura o bien están cogidas con pinzas rozando lo inverosímil. Basta como ejemplo el cambio de carácter relacionado con la guerra de uno de sus protagonistas. Entendemos la motivación pero cae tanto en la hipérbole que resulta un gatillo dramático forzado.
Resumiendo, aunque bienintencionado Sunset Song es una pieza que telegrafía tanto sus intenciones formales que acaba por resultar lánguida y oxidada. Un retrato que se quiere perfilar bello, veraz y melancólico y acaba por ser una aparatoso ejercicio de paisajismo bucólico-pastoril tan naïf como trasnochado. Es inane, cierto, pero no deja de resultar y de dejar un cierto regusto molesto al constatar que el exceso de hiperrealidad pictórica deviene en parodia, en tópico gastado.