Sujo (Fernanda Valadez, Astrid Rondero)

La violencia se conforma como el estrato central en Sujo. No importa cuánto sus personajes intenten huir o ocultarse de ella, que esta vuelve de un modo u otro, ya sea apelando a la propia naturaleza de los individuos que transitan el universo forjado por Astrid Rondero y Fernanda Valadez, o a una realidad acuciante que los pone al límite del precipicio.

Con esos fundamentos, las autoras de Sin señas particulares forjan un film que se vertebra desde lo dramático aunque asomen conatos de thriller que sirven mayormente para otorgar forma a los cruentos pasajes que se darán cita en el árido microcosmos en el que transcurre la primera mitad del film. De este modo, y si bien no estamos ante una pieza de género en toda su extensión, resulta de lo más estimulante cómo dichas fugas concretan lo indómito ya no del contexto, sino de la situación vivida en sí.

Sujo no se surte tanto de sus personajes, que en ocasiones no dejan de ser meros bosquejos, como de la construcción de secuencias que alimentan con constancia el carácter de ese mundo. Es quizá ante esa faceta, la de no llegar a precisar personajes con mayores matices, motivaciones e incluso un punto de ambivalencia que habría resultado interesante, donde la cinta se siente más débil. Sí, está claro, todo ello no es sino consecuencia de la indeleble marca del contexto, pero se traduce a su vez en una suerte de planicie que impide dotar de un relieve sobre cada individuo ante el que enunciar una proyección emocional más sólida.

Y es que resultando difícil sustraer vínculos afectivos más allá del que el protagonista sostiene con su tía, que le protegerá en un inicio de toda la influencia ejercida por los cárteles, tampoco termina aflorando, cuando Sujo decida huir de esa violencia, en algo verdaderamente consistente en su segundo tramo. Es el personaje de esa profesora que ejerce como tutora, casi amparando a Sujo, el que podría haber dotado de una dimensión distinta al film, pero sin embargo todo queda suspendido en una extraña distancia por las decisiones del libreto. Es obvio que también supeditadas al marco en que se concreta la acción, pues Sujo no deja de ser un desconocido para todos que ha huido del que parecía su particular sino, pero reflejando una palpable incapacidad por establecer algún tipo de conexión.

Con todo, el trabajo de Valadez y Rondero no resulta ni mucho menos infructuoso, siendo capaz de alejarse de esa línea temática tan común en cuanto a la crudeza de los cárteles se refiere. La violencia se presenta a través de fueras de campo, y sus consecuencias se asumen en actos que no se representan en pantalla, otorgando un tono que, sin atenuar esa aspereza, encuentra al menos un resquicio desde el que huir de ella y proponer un viaje distinto.

No es que ello ‹per se› suponga una cualidad, pero sus autoras saben otorgarle forma de modo que la promesa en torno a una escapatoria sea más que eso. Sujo se propone así como una obra que se muestra rupturista para con ciertos parámetros y preceptos que bordean el cine mexicano aposentado en esas lindes. Algo que no se explícita desde lo formal —más allá del empleo de algún que otro recurso—, pero configura un mosaico donde se perciben vías adyacentes, así como una mirada conciliadora que opta por ofrecer algo más que una calle sin salida. Algo ya de por sí suficientemente vital como para poner en valor los logros de una cinta que, sin funcionar en todas sus aristas —ese lirismo del que hace gala se siente más una licencia que algo necesario para el engranaje de la obra—, desplaza el prisma en un terreno casi siempre ligado a la fatalidad.

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