Enfundados en cuero y con unas capuchas que evocan el estilo de prácticas sadomasoquistas, el dúo español de electrónica L.A. Drones! actúa en fiestas y locales del circuito ‹underground› de Los Ángeles. Ellos son Marieta y Pablo. Pasados los cuarenta años, la pareja abandonó sus empleos de alto nivel y su patria para vivir el sueño de triunfar con la música en Estados Unidos. Desde la aproximación del registro documental, Subterranean (Gabriel Velázquez, Manuel Matanza, 2020) sigue a estos auténticos renegados del ‹establishment› —que decidieron dejar atrás una vida acomodada— en su día a día como migrantes sin papeles en la mal llamada tierra de las oportunidades. Con su perro Rufus y su camioneta viven de prestado donde pueden, componen nuevos temas y planifican su siguiente aparición en una agenda ya repleta de compromisos tras un par de años de empeño. La cinta alterna su música y los ambientes nocturnos con los momentos cotidianos de su convivencia, creando un retrato de sus caracteres entrelazado con una panorámica de la escena californiana, sus extravagantes personajes y su lucha constante por no darse por vencidos, aferrados a un sueño que mediatiza sus existencias y visión del mundo.
Aquí es donde la película de Velázquez y Matanza destaca especialmente: cuando se centra casi en exclusiva en mostrar momentos clave que expresan las personalidades de sus protagonistas y los conflictos de su relación. Unos conflictos que resuelven el amor, admiración y comprensión entre ambos, contrastado con su actitud desafiante respecto al entorno urbano y los lugares donde buscan pillar drogas o beber alcohol sin mucho autocontrol. Marieta y Pablo parecen integrarse a la perfección con lo que les rodea, una hipertrofiada urbe de grandes desigualdades sociales en la que cualquiera puede expresarse en sus propios términos ante la absoluta indiferencia de los demás. La amenaza de la autoridad y las normas que rigen una sociedad con tantas particularidades como la estadounidense se manifiesta en un antagonismo permanente en el que el consumo de estupefacientes juega un papel clave. El miedo a ser expulsados del país es el del fracaso en su intento de desarrollar una carrera artística allí. Mientras la cámara les observa de cerca en su día a día la mayor parte del metraje, también hay espacio para los testimonios directos a cámara e incluso las imágenes de archivo de los años noventa en Salamanca, que permiten profundizar en la naturaleza de la obsesión de Pablo por la música y el apoyo incondicional de Marieta o explorar la solidez de sus vínculos.
En este perpetuo estado transitorio les seguimos cuando cruzan la frontera con México, se encuentran con distintos amigos y conocidos, deambulan por las calles de la ciudad o pasean a su caniche mientras eluden el contacto con la policía y evitan su expulsión. El filme conecta así la acumulación periódica de tensión —las discusiones, los obstáculos y desencuentros— con sus mecanismos de liberación más primarios y viscerales, en los que la música juega un papel fundamental de catarsis personal, que transmiten a lo colectivo para sus seguidores en cada una de sus actuaciones. En la secuencia que mejor sintetiza esta composición de estética, elementos discursivos y filosofía vital, el montaje combina su sonido tan característico y performatividad física encima de un escenario con la manifestación de su pasión en la intimidad de su dormitorio. Un instante que conecta la sensualidad como motor de la creación artística y las ramificaciones destructivas del deseo que forman parte del mismo proceso cíclico. El miedo a la muerte palpita por debajo de las acciones y decisiones de estos eternos jóvenes rebeldes de espíritu. La muerte como final del sueño, de las ambiciones que estimulan su voluntad de seguir trabajando por el éxito entendido como la victoria sobre el olvido. Lo que llega a provocarles reacciones más intensas y lo que les mueve en su huida hacia delante. La búsqueda de la trascendencia de unas vidas anónimas, alienadas y convencionales, que de otro modo pasarían desapercibidas sin ningún legado valioso que ofrecer.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.