Con dos años de retraso nos llega el debut del cineasta Richard Ayoade (ya saben, el personaje de Moss en The It Crowd), que arrasó en los Premios del Cine independiente británico con la adaptación de la novela de Joe Dunthorne.
Submarine es una de esas cintas que nos habla del fin de la adolescencia y en el inicio de algo que no tiene un nombre muy definido, comúnmente llamado edad adulta. Dividida en prólogo, dos segmentos y epílogo, la cinta abarca dos frentes; el primer amor que nuestro protagonista siente por una compañera de su clase y los intentos por volver a unir a sus padres, auténticos muertos vivientes atrapados en sus vidas con un vecino, también antiguo novio de la madre, que va rondando por ahí y parece mucho más ‹cool› que el progenitor de nuestro protagonista.
Así que de partida que quede bien claro, el cómico y cineasta Ayoade pisa terreno conocido. Poco o nada se puede aportar a ese filón de películas que tratan del final de una etapa y el inicio de otra. Entonces… ¿Para qué molestarse en ir a una sala de cine?
Pues se puede ir por varios motivos. El primero de ellos es que durante todo el metraje sobrevuela el espíritu de Wes Anderson. Tanto en composición, personajes, uso de la banda sonora o de la voz en off parece recordar al cineasta de Academia Rushmore. Es precisamente en los personajes donde más llegan a acercarse ambos autores, con un protagonista, Craig Roberts, que sustenta buena parte del filme. Un chaval que fantasea con el día de su entierro y al que vamos observando y comprendiendo su vida ayudados también por una maravillosa voz en off, que no resulta cansina en ningún momento y aporta tanto comicidad como ideas harto sugerentes en el relato. También tenemos un núcleo familiar que se mantiene en la aburrida cotidianidad y no obstante, se introducen ciertos elementos interesantes, puesto que es el padre quien parece seguir queriendo a su mujer y en cambio esta se muestra en una indecisión que no es despejada nunca. En definitiva, un matrimonio que no va a ningún lugar mientras el joven protagonista inicia su primer amor.
Esta diferencia entre el mundo juvenil y el adulto, es lo que hace ganar enteros al relato. Unos jóvenes que inician una aventura pero que son envueltos por los problemas adultos. En un momento dado, Oliver, nuestro protagonista, debe elegir a qué enfrentarse, si al problema de sus padres o al problema de su pareja. Y no se decide. Son unas decisiones que él no había tomado nunca y todavía no se siente capaz. Lo curioso del caso es que en esta tesitura es acompañado de su padre, un adulto y hombre de considerables conocimientos, que se desenvuelve igual de mal que él ante una situación semejante. Es decir, la experiencia y los años no han servido para curtirse, siempre se cometen los mismos errores.
La cinta se desarrolla a lo largo de 1986, en un ambiente gris, lluvioso y triste de una ciudad industrial de Gales. Es en estos pasajes, incluyendo la playa, donde tiene lugar la historia de amor de Oliver y su pirómana novia, acompañados de una exquisita banda sonora mientras crecen y dejan de ser niños para adentrarse en esa tierra desconocida en la que sus padres están atrapados (sobre todo la madre). Sin embargo, puede que haya una oportunidad para Oliver y la loca esa que tiene como novia. Todavía no están atrapados. Todavía sus errores pueden subsanarse. Aún pueden permitirse cagarla, cosa que ya no pueden hacer los adultos.
Porque todo se resume en una de las canciones que Alex Turner, líder de Artic Monkeys, ha compuesto para la obra: nada de esto tendrá importancia cuando tengamos 38 años.
Una película muy curiosa, con un interesante joven protagonista diferente a los habituales.
Pues sí te gusto precisamente por eso, igual no deberías perder la ocasión de descubrir Academia Rushmore, o más rarito aún, Harold y Maude.