Stop-Zemlia (Kateryna Gornostai)

Stop-Zemlia, título de la ópera prima en largo de la cineasta Kateryna Gornostai tras un largo periplo en el terreno del cortometraje, hace alusión a un juego infantil similar al de la gallinita ciega que forma parte del recreo de una serie de estudiantes de un colegio en Ucrania a través de los que la cineasta decide armar un fresco acerca de la juventud de su país. Es así como la debutante constituye sobre un prisma poliédrico una mirada que, si bien se centra sobre Masha, una de las adolescentes que dan vida al film, se extiende más allá en cuanto a componer una visión mucho más extensa y complementaria de lo que podría dar de sí una crónica unidireccional.

La obra se erige mediante dicha premisa como un relato sin un hilo argumental conciso —si bien hay determinados elementos que le confieren un orden y sentido narrativo concretos— que además se aproxima estructuralmente a lo que conocemos como docu-ficción: si bien a nivel formal se deducen en más de un sentido los parámetros de una ficción pura —en especial desde esas digresiones espaciales donde Masha juega al bádminton en un espacio cercano al onirismo; así como en determinadas situaciones y diálogos—, cabe destacar cómo Stop-Zemlia vuelve a cuestionar, como tantas otras propuestas anteriores, la fina línea que divide el documental de la ficción. No es que esa sea ni mucho menos la intención de Gornostai, más pendiente de capturar a grandes rasgos lo que comprende como la etapa adolescente, pero no se puede negar que su aproximación se sitúa a caballo entre ambos formatos, una idea reforzada asimismo por esa serie de entrevistas —introducidas a lo largo del metraje en diversos puntos del mismo— que se van sucediendo en torno a sus distintos personajes donde abarcar temas como la amistad, el amor o el periplo que tomará cada uno a través de sus estudios.

La rutina diaria, inmersa en gran parte en ese día a día escolar, sirve para dibujar un mosaico desde el que abordar distintos asuntos, pero ante todo retratar una vitalidad que por momentos se desprende de la pantalla fácilmente. Seguir el camino de estos jóvenes sirve a la ucraniana para dotar de un barniz muy concreto a su obra, en especial logrando un reflejo que en más de una ocasión se siente universal —quizá, en ese sentido, no termina de funcionar como debería si lo que pretendía su autora era capturar el sentir de la juventud del país—, que pese a encontrar algunos tramos un tanto disgregados en el conjunto, no se resiente en tanto fluye con la naturalidad necesaria como para que el hecho de hablar sobre la relación materno-filial de un compañero de la protagonista o de mostrar cómo esta va explorando y cuestionando su sexualidad no se sientan meros islotes, sino partes integradas dentro de una misma narración.

Cabe reseñar, además de todo ello, una labor fotográfica que emplea con destreza tanto el color como, en especial, la luminosidad, para dotar a determinados tramos de un carácter propio. Algo que contrasta con su banda sonora, y que siendo quizá aspectos no sobresalientes, se adecuan a la perfección en el engranaje creado por Gornostai, haciendo de Stop-Zemlia algo más que un simple anecdotario, y logrando que funcione las veces de un modo plenamente orgánico para dotar de los visos necesarios a una mirada que complementa con un, por momentos, acertado intimismo esas realidades cada vez más urgentes que acucian a su sociedad.

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