Un perro observa destellos que parecen ser luciérnagas. Aunque quizás no sean más que motas de polvo brillando, al ser atravesadas por un rayo a contraluz que penetra por una ventana. La cabeza del can se asoma como si se tratara de un homenaje visual al Perro semihundido pintado por Francisco de Goya. Podría parecer una coartada artística para ser encontrada durante el transcurso del metraje breve de la ópera prima coescrita y dirigida por Maud Alpi. Sin embargo ella no utiliza esa panorámica desde el animal hasta el vacío luminoso con la intención de conseguir una cita o guiño intelectual para iniciados, sino como un recurso que hace progresar la narración dentro de la secuencia. Muchas de las imágenes que se ven en Still Life se corresponden a la mirada del personaje canino, un labrador con aspecto de callejero cuidado por su dueño, trabajador nocturno en un matadero, que vigila y azuza a las vacas, cerdos y otro ganado para que avancen hasta la sala donde son ejecutadas las reses. Desde la primera secuencia el punto de vista elegido por la directora es el de la mascota, hasta el punto de replantear si el verdadero protagonista es Boston, el perro, en lugar de su amo. Al menos el coprotagonista, porque si la experiencia del animal respecto a sus visitas al matadero es una muestra del sufrimiento, pena, curiosidad y otros estados que consigue transmitir, algo de ese instinto es capaz de transformar a su compañero humano y por empatía a los espectadores.
La cineasta juega con los elementos necesarios para relatar su historia vestida de realidad. Con la mecánica de un documental y el horizonte de la ficción Maud Alpi mantiene el ritmo desde el inicio, sin altibajos ni sobresaltos, mediante el uso de la cámara al hombro y numerosos travellings de seguimiento al joven y otro colega del recinto. Movimientos que se mimetizan con el aspecto premonitorio y trágico similar al de los films situados en campos de concentración —y exterminio— nazis. O los recorridos por las trincheras en films bélicos acerca de las numerosas guerras tratadas en el cine. Tampoco parece existir el deseo de establecer un paralelismo entre aquellas películas y la presente, pero sí que hay un sustrato emocional que funciona como sintonía entre los dos estilos. Una pieza clave es el uso del sonido directo y ambiental con los gruñidos, mugidos, balidos y ladridos de las distintas especies. Los golpes, resonancias y estruendos de la maquinaria. La música desterrada hasta que suena una canción de Leonard Cohen que acompaña los créditos. Y el cuidado en los encuadres y composiciones cuando el trípode dispone la sujeción de la cámara.
En este film de ficción minimalista, reposado, que fluye por el equilibrio entre la crudeza y el respeto. Con esa manera de plantear fuera de campo lo más terrible. Además de inspirarse por otras dos obras maestras del arte pictórico que son el Políptico de Gante, Adoración del cordero místico de Jan Van Eyck. O el Buey desollado, pintado por Rembrandt, para enmarcar dos giros importantes de la trama.
Gorge coeur ventre (Garganta corazón vientre) es el título original en francés, desconozco si se podría expresar como la frase hecha “con el corazón en la garganta”, un título con más fuerza que esa Naturaleza muerta a la que equivale su traducción en inglés. O a la reivindicación optimista de estar vivos todavía, seguir vivos de la misma forma que Boston y varios perros en un plano general ralentizado, como si fuera un guía espiritual de una manada ansiosa de continuar sintiendo la vida.
No es nuestra labor etiquetar una película inclasificable —por fortuna— como esta, pero sí merece la ocasión citar otros films recientes que parten de unas herramientas propias del documental con sus repartos de actores no profesionales. Con el registro directo del sonido y especial cuidado en los efectos sonoros. También en el manejo visual del equipo fotográfico en función y beneficio de la imagen. Ejemplos más o menos recientes como la francesa Clan salvaje o las españolas La jungla interior, Todos vosotros sois capitanes y No todo es vigilia. Largos que parten de la necesidad creativa de su guión y el marco realista de su presupuesto, que logran llegar más allá de su propuesta temática sin subrayados ni maniqueísmo. Un cine que transita por distintos géneros y alcanza cierto aliento poético.