Repasemos algunos avatares en la biografía de Steve McQueen. En diciembre del año 1980 se estrenó Cazador a sueldo (realizada por Buzz Kulik) el último film que rodó antes de su muerte temprana. Avancemos doce años hasta el 1992, fecha en la que Lawrence Kasdan confesó haber guardado un guión, desde los años setenta, titulado El guardaespaldas, un bombazo de taquilla que dirigió Mick Jackson, protagonizado por Kevin Costner. Aunque Kasdan lo había escrito pensando en el veterano intérprete nacido en Indiana. Quizás McQueen hubiera encarnado ese papel, incluso observando a Costner se percibe su sombra en algunos gestos y la manera de afrontar el papel. O tal vez habría pasado de hacerlo porque no había suficientes persecuciones en automóvil para que le mereciese la pena el esfuerzo.
Volvamos al tiempo presente. Buscando datos sobre Steve McQueen sabemos que nació en 1930, así que este año cumpliría ochenta y seis, al igual que otros compañeros de generación tan buenos como Gene Hackman, Tippi Hedren y Gena Rowlands. O estrellas del calibre de Clint Eastwood y Sean Connery. Pero de todos ellos el actor fue el único mito generacional mientras vivía e incluso sigue siéndolo ahora, más de treinta años después de su fallecimiento. Toda esta introducción tan larga es un recurso para encuadrar a un actor que solía encadenar un éxito tras otro. Un creador de tendencias que diríamos ahora, con un estilo rudo, cercano, templado, basado en su mirada y presencia física. Frente a otra estrella similar como Paul Newman, McQueen basaba más sus actuaciones en cierta turbiedad emocional o moral, que siempre salía a flote con sus primeros planos y gestos. Por si fuera poco los años sesenta y gran parte de los setenta fueron suyos. Lo apodaban el rey del cool porque creaba estilo con su vestuario, gustos y, cómo no, los automóviles y motocicletas que conducía. Si enumerásemos sus secuencias inolvidables, en varias llevaba un volante o un manillar entre las manos. De esta pasión por el automovilismo y la velocidad nació una de las películas más famosas y problemáticas de su filmografía, Las 24 horas de Le Mans (1971). Steve McQueen: The Man & Le Mans es también un documental británico que no engaña desde su título porque aborda en concreto la época en la que se produjo ese film. Centrado en las circunstancias azarosas o caprichosas, según se mire, que rodearon la producción de uno de los largos más icónicos del norteamericano. Si atendemos a la multitud de posters, postales y fotos de la estrella, sin duda una gran mayoría provienen de ese rodaje.
La película comienza bien, acreditando la existencia de mucho material de archivo audiovisual compuesto por entrevistas con el propio intérprete y coproductor, apoyadas por secuencias de Las 24 horas de Le Mans, descartes y fotos fijas del rodaje. Todo acompañado por un número reducido de testimoniales para lo acostumbrado a utilizar en cualquier documental biográfico. Estas intervenciones que se intercalan con el resto del archivo son de su ex mujer Neile Adams. De Chad, el hijo de ambos. Del guionista jubilado Alan Trustman, acompañado por varios pilotos que intervinieron como actores, el ayudante de dirección y algunos miembros de la producción. El montaje del film equilibra una gran parte de estas entrevistas y testimonios en dos líneas de tiempo, durante el año 1970, con algunos de las personas citadas y John Sturges, el primer director de Las 24 horas de Le Mans que por desencuentros profesionales fue luego sustituido por Lee H. Katzin. Declaraciones de antaño bien acopladas y sincronizadas con las que pertenecen a la actualidad, quizás esta sea una de las mejores aportaciones del film. Esta ópera prima, realizada a cuatro manos por Gabriel Clarke y John McKenna, sigue a rajatabla el esquema de un documental modélico, tratando de no desviarse demasiado del eje central, sumergido en ese actor de espíritu rebelde y legendario, adorado por gran parte del público mundial. Indomable y severo. Tierno y furioso. Humano y calculador. Lo más sorprendente es que en lugar de ofrecer un acercamiento más propio a la hagiografía o vida de santos, se insiste en cuestiones personales como la fama de mujeriego, juerguista, pendenciero, temerario y disoluto atribuida a Steve McQueen. Algunos de los entrevistados lo tratan sin paños calientes y pocos eluden la acusación directa a esa fama. Casi por momentos parece que estamos ante una nueva edición del programa Sálvame o cualquier sección de noticias llamadas sociales de manera eufemística, en la prensa e informativos. Esta manera de narrar la vida del personaje resultaría rica en matices, como ya se vio en un reciente documental sobre Janis Joplin. Sin embargo, aquí parece un poco salida de tono por muchas razones legítimas que pueden alegar las personas afectadas en algunos incidentes -y accidentes- con el protagonista. Nada de lo que se cuenta en esas intervenciones parece escandaloso hoy en día, sobre todo si los espectadores ya están un poco versados por libros y otros films documentales acerca de la figura de McQueen. Sí se echa en falta que haya menos frialdad en el tratamiento del famoso, incluso lo adecuado podría haber sido usar declaraciones de otras estrellas como el mencionado Costner, Bruce Willis o Mel Gibson por citar casos claros que, posiblemente, crecieron viéndolo en la pantalla y robando algunos de sus métodos. O que se haya desterrado la alegría contagiosa y el estilo de los tumultuosos sesenta y setenta, años que representaban a la perfección los papeles del intérprete en films como Bullit, La huida o El rey del juego. Por no mencionar las fanfarrias y partituras musicales de La gran evasión y Los siete magníficos que tan rápidamente nos transportan a esas décadas. Tal vez todo se deba a un problema de presupuesto para pagar los derechos derivados de la inclusión de secuencias y fragmentos sonoros de aquellas obras. O del caché de los intérpretes también mencionados si hubieran sido invitados a participar.
Conjeturas económicas aparte, Steve McQueen: The Man & Le Mans es un producto que resultará atractivo a los fanáticos absolutos del actor, más si son seguidores de las carreras de coches. Al resto del público puede resultarle interesante durante la primera parte y más moroso en la segunda mitad, algo dilatada en su duración, además de resultar enfática en cuestiones como las que versan acerca de la falta de un guión durante el rodaje del film original, repetidas en numerosas intervenciones. Tampoco ayuda demasiado que el film elegido para hacer esta aproximación al mito de McQueen sea un largo de culto, apasionante técnicamente, pero fallido en su resolución dramática. Al fin y al cabo lo que quería hacer el mismo Steve McQueen, según las declaraciones registradas en el metraje, era un documental en scope, con las cámaras emplazadas en los bólidos, usando el punto de vista subjetivo de los pilotos. Una experiencia casi epidérmica sobre la carrera de Le Mans. Probablemente ahora sea un buen momento para revisar aquella película.