Hasta su último largometraje, el cine de Stéphane Brizé ha guardado siempre una estrecha relación con la clase obrera; y es que lejos de si había una mayor vinculación o no con ese estrato social y su constante pulso contra los poderes empresariales, la mirada del cineasta francés se ha dirigido a esa clase de forma muy consecuente, otorgando forma a sus habituales problemáticas como dibujando defectos que no hacen sino al fin y al cabo humanizar aquello que se pretende poner sobre el tapete.
Una cuestión, la de la humanización, que toma mayor relevancia en su último trabajo, la recién estrenada Un nuevo mundo, donde si bien el acercamiento a otro sustrato arroja nuevas cuestiones, en el fondo –y volviendo el autor de La ley del mercado por sus fueros– continúa ahondando en una perspectiva que, más allá de su carácter de denuncia, reviste de una humanidad patente el subtexto de un personaje que se aleja de la simple posición ocupada en el estatus empresarial.
Con En guerre, se podría hablar sin temor a equivocarnos de estar ante el film más militante y comprometido de Brizé, un hecho que no se deduce únicamente de la crudeza y aspereza con que expone un discurso alejado de medias tintas, pero en todo momento reflexivo, también de esa naturaleza más emocional sobre el que han pivotado los films del galo; no es que con su penúltimo trabajo se aleje del componente afectivo desde el cual otorgar expresividad en lo dramático, sino más bien que en cierto modo se distancia de un carácter familiar casi indisociable de su cine —aunque nunca del todo, pues asistimos a ciertas secuencias que lo esbozan parcialmente—; y es que si por algo se ha caracterizado la obra de Brizé, es por trazar una innegociable vía para con el apartado familiar, ya fuera copando esas relaciones la totalidad del film (como sucedía en Algunas horas de primavera) o bien revistiendo su faceta dramática (en las relaciones paterno-filiales a través de No estoy hecho para ser amado y Madamoiselle Chambon). En guerre percibe, no obstante, esos matices de un modo muy distinto, no tanto porque el cineasta elija no dotar de más capas a un film ya intenso de por sí, sino revirtiendo un proceso que si en los films citados añadía peso dramático —e, incluso, conflictos— al relato, en la obra que nos ocupa más bien atenúa ese vigor del que dota Brizé a la crónica narrada.
Lejos de lo familiar, las relaciones que se revelan con una mayor consistencia en En guerre son aquellas que, en el marco fijado por Brizé, dotan de múltiples capas al relato: tanto advirtiendo la importancia de un alegato que cristaliza en una de las secuencias del último acto, como otorgando variantes al mismo, desplazando una única visión que muy probablemente mermaría las posibilidades del film.
Empleando recursos que podrían estar emparentados con la docu-ficción —esos extractos informativos, por ejemplo—, e incorporando una tan extraña —por el marco en el que se mueve el film— como orgánica banda sonora, En guerre logra mediante un sólido montaje y la unión de distintos recursos construir una tensión narrativa que, sin duda, se transforma en una de las principales armas de la película —deslizándola incluso a un conato de thriller social—: lejos de los enfrentamientos dialécticos que propone Brizé, y del ímpetu con que se enfocan no pocas secuencias —entre otras cosas, por ese fehaciente retrato de la situación vivida—, la cinta sobresale por la impulsión de un tono que la aleja del prototipo de cine social, pues al fin y al cabo ya no sólo se trata de manifestar una discursiva propia, sino también de que el espectador termine sintiéndose en el epicentro de los sucesos.
Puede que su conclusión, en un intento por radicalizar (todavía más) ese manifiesto expuesto por el cineasta, termine resultando excesiva, por más que se estime comprensible ante una obra así de tajante ante una deriva como la tomada, pero ello no logra debilitar un conjunto capaz de transmitir aquello a lo que ni el cine social más manipulador —y, por ende, de dudosas intenciones— se expone.
La presencia de un Vincent Lindon para el que no puede haber elogios suficientes, el tesón y firmeza de Brizé tras los cimientos de un film que no se conforma con realizar exposiciones, y la sequedad y dureza que se deducen de un relato que no debería ser expuesto en otros términos, hacen de En guerre un título ineludible que va más allá de cualquier axioma, y que comprende que su mayor valía no puede ser únicamente la de sacudir al espectador, sino hacerlo partícipe de una situación cuya única respuesta sólo puede ser la reacción.
Larga vida a la nueva carne.