Mityo es un hombre que recientemente perdió a su mujer y que acaba de perder su trabajo de lechero. Estas dos circunstancias le ocasionan, a su vez, estar perdiendo poco a poco a su propio hijo, ya alicaído por el fallecimiento de su progenitora y decepcionado por no poder llevar la vida que él creería posible si su padre gestionase de mejor manera su patrimonio. El paro y las deudas pasadas provocan que ambos vivan en una situación cada vez más precaria, tal y como nos muestra el cineasta búlgaro Stephan Komandarev en El juicio (Sadilishteto), película que cronológicamente figura como la segunda en su filmografía y la inmediata antecesora de Destinos, notable obra que retrata la sociedad búlgara actual a través del mundo del taxi y que esta semana se ha estrenado en las carteleras de España.
Además de la pérdida de empleo y de un oscuro pasado que Mityo apenas puede dejar atrás, El juicio enlaza con otro problema de actualidad (que estaba especialmente latente allá por 2014, fecha de exhibición de la película) como es el de la inmigración ilegal. Ante la falta de opciones laborales, el protagonista acepta hacer de guía para los grupos de extranjeros que quieren cruzar la frontera entre Turquía y Bulgaria a través de una montañosa zona, un traslado que les otorgaría la entrada en la Unión Europea. No es la primera vez que el protagonista se enfrenta a semejante tarea, ya que en la época de la Guerra Fría estas situaciones constituían su pan de cada día. Komandarev nos transmite esta circunstancia de manera muy metódica, en pequeñas raciones, algo que sobre el papel puede considerarse como una acertada decisión, pero que posteriormente redundará en una agilidad fílmica menos potente de la que quizá hubiera merecido la obra.
Esta capacidad para dotar al conjunto del film de un determinado ritmo es solo una de las varias diferencias que posee el trabajo que aquí comentamos respecto a Destinos. Mientras que esta se elaboraba bajo un esquema narrativo que, sin ser original, sí que resultaba muy cómodo para el visionado del film por la agilidad que demostraba, El juicio opta por un sistema mucho más clásico. El motivo no es otro que la propia trama: no hay nada de sencillo en lo que le sucede al padre e hijo protagonistas, como tampoco es obvia la solución a los problemas que tienen. Con ello, Komandarev va trazando una historia mucho más pausada, más relajada incluso desde el punto de vista puramente estilístico, al utilizar con frecuencia planos abiertos y generales cuya perspectiva en ocasiones pretende aliviar la fuerte carga emotiva que desprenden otras escenas, refiriéndonos concretamente a las del traslado ilegal de inmigrantes. Hay en estas secuencias un punto de escape visual en comparación al resto de la cinta, ya que tanto el número y la variedad de planos como la velocidad con la que se desencadenan los acontecimientos, provoca un cambio de escenario a través del que la película sí alcanza mayor sentido.
Otro aspecto que resulta de inmediata percepción en El juicio es cómo Komandarev intenta diseccionar el carácter de la sociedad búlgara de la época contemporánea. Como en el caso de Destinos, el cineasta con frecuencia intenta poner en perspectiva el pasado del país, fundamentalmente articulado a través de la Guerra Fría, y lo compara con el contexto político-laboral actual, dominado por la precariedad. En esta ocasión, eso sí, la mirada no se dirige tanto al ciudadano de la urbe como al que se faja en las frías regiones montañosas, un tipo de gente que sufre de diferente manera los problemas que acaecen en su entorno. Sin duda, este es el apartado de más inmediata unión entre las similitudes de ambos trabajos y uno de los que más destaca en El juicio, trabajada película por parte de un interesante cineasta aunque falle al no conjuntar la pretendida incomodidad de su relato con una viveza expositiva parecida a la que sí ha conseguido proyectar en su última obra hasta el momento.