Aunque en 2008 Nash Edgerton debutó en el terreno del largometraje con The Square, lo suyo siempre ha sido el el cortometraje: lo atestigua toda una carrera dedicada al formato en la que destacan premiadas piezas como Bloodlock, Lucky o Bear (que incluso llegó a estar nominado a la Palma de Oro al Mejor cortometraje). Su coronamiento, sin embargo, no llegaría hasta 2007 cuando partiendo de un guión escrito por él mismo y David Michôd (en efecto, el director de Animal Kingdom, que también tiene en su haber la participación en otro laureado y galardonado corto como I Love Sarah Jane), consiguió con Spider más de 12 galardones a nivel internacional e incluso una Mención de honor en Sundance.
Como era de esperar, en los círculos más cercanos al academicismo pasó inadvertida, aunque no tanto por un estilo formal que no se aleja de los cánones habituales y sólo deja lugar para una sacudida que resulta casi hiperrealista visto el contexto en el que se fragua Spider, sino más bien por un humor negrísimo que se percibe de soslayo durante todo el cortometraje, pero termina tomando forma en una conclusión de esas que, además de no tener desperdicio, dejan de fondo una moraleja de lo más macabra a la que incluso calificar como tal parece inapropiado.
Spider arranca con un clarificador intertítulo que reza «Todo es diversión y juegos hasta que alguien pierde un ojo», firmado por mamá (otra muestra de su humor negro) y dando paso a al interior de un coche donde una incómoda pero corta discusión parece indicar que algo no va bien entre sus dos protagonistas. Con unas pocas palabras (que, de hecho, serán casi los únicos diálogos que contiene Spider), ya podemos advertir la naturaleza bromista de él, así como el fuerte carácter de ella, comprendiendo el carácter del asunto, que ha llevado a Jill a enfadarse de ese modo con su pareja.
Pese a ese ambiente crispado, el distendido tono que confiere Edgerton al corto, dando a entender con una realización que no refuerza esa tensión entre ambos que todo llegará a buen puerto, hace que una idiosincrasia más ligera y empática sólo se vea truncada por una extraña compra que realiza Jack al parar en una gasolinera, pues entre varios detalles en forma de bombones y flores para mediar una rápida conciliación, se encuentra una araña de plástico que, a la postre, terminará desembocando en ese brutalísimo final del que casi es mejor ni hablar debido a una contundencia y negrura que se antoja difícil imprimir mejor en pantalla de lo que lo hace Edgerton.
Larga vida a la nueva carne.