Tras una impecable trayectoria en la televisión yugoslava, Goran Markovic debutaba en 1977 en el mundillo cinematográfico con esta espléndida ópera prima titulada Special Education. El autor de Tito y yo se destapa a día de hoy como uno de los más grandes y laureados cineastas serbios de todos los tiempos, siempre con una visión crítica y bastante corrosiva vertida alrededor de la sociedad de la época que le tocó vivir. A pesar de la calidad que ostentan sus mejores obras, Markovic sigue situado en un segundo plano tapado por la popularidad de un Emir Kusturica que parece retornará el año que viene a la dirección en solitario tras varios años de misterioso silencio o por la aceptación y accesibilidad que posee el cine de otro maestro coetáneo de Markovic como Goran Paskaljevic. A nivel personal encuentro una conexión espiritual con el cine de este genio nacido en Belgrado. Y es que para un servidor el autor de Variola Vera adopta la figura de ese humilde trovador capaz de narrar los cambios, corrupciones y mezquindades presentes en su nación de origen. Vilezas que terminarían demoliendo en mil pedazos la patria forjada por el mariscal Tito, apostando siempre Markovic por la inteligencia y la sátira en detrimento del desgarro y el dramatismo. Porque en los films de este imperdible cineasta se percibe que la vida en la Yugoslavia previa a la Guerra de los Balcanes era maravillosa dentro de ese profundo caos y esa vulgaridad repleta de corrupción y situaciones dantescas. Markovic fue un retratista de lo grotesco, empleando para ello un pincel tan grueso como sutil donde se intuye esa lucidez propia de los más inspirados dramaturgos.
En este sentido, su primer largometraje ya contenía en su simiente ese líquido cáustico aspirador de la realidad más depravada desde una esfera tragicómica, donde la ironía del destino conservaba esa carta ganadora reservada a las élites para desgracia del grupo de víctimas que protagonizaban la trama. Porque ese héroe omnipresente en las fábulas edificadas por Markovic inspirado en la poética del perdedor alcanza en Special Education dimensiones poliédricas y multidisciplinares al centrar el argumento de la epopeya en el asfixiante espacio de un reformatorio plagado de piojosos adolescentes aprendices de delincuentes y maestros en la indiferencia y la animadversión de una sociedad incapaz de reconducir con políticas de reinserción a unos jóvenes tratados como esos parásitos a los que hay que desterrar a lugares recónditos con el fin de evitar que esa rabia y rebeldía contamine con su virus demoledor la infecta e ingobernable Yugoslavia de los setenta.
La cinta arranca mostrando a Pera (Slavko Stimac), un adolescente que sobrevive en un barrio marginal plagado de chabolas e indigentes. Pera es huérfano de padre, conviviendo con una madre más preocupada por consumir alcohol y prostituir su cuerpo al mejor postor que en cuidar a su pequeño. De este modo, el chico se verá obligado a cometer pequeños robos y trapicheos para subsistir en un ambiente incompatible con la estabilidad y el cariño. De un modo muy natural, la cámara de Markovic radiografiará con unos sencillos movimientos de grúa la carestía y miseria que acompaña al bisoño Pera, mientras este último ejecuta pequeños hurtos de fruta en el mercadillo o sustrae de los bolsillos de los viandantes carteras tan famélicas como sus dueños.
Sin embargo el joven contará con la protección de Cane, un ingenuo policía que sentirá una especial afección por Pera y al que las malas lenguas señalan como padre del pequeño. A pesar de esta afinidad, Pera será recluido a instancias de los servicios de asuntos sociales en un reformatorio, morada de toda una galería de inadaptados acusados de ejercer la delincuencia juvenil. El arribo de nuestro protagonista coincidirá con el del joven profesor Vaspitac Zarko (Bekim Fehmiu), un tutor sin estudios universitarios pero si poseedor de una amplia experiencia en el trato de jóvenes con problemas de disciplina que tratará de reconducir la conducta tanto de Pera como de un diverso grupo de chavales hacia caminos alejados del crimen.
Pese a los iniciales choques de personalidad que saldrán a la luz en los primeros encuentros entre los internos y Zarko, la actitud flexible, cercana y bondadosa del profesor servirá para ganarse la confianza tanto de Pera como de Ljupce, un crecido adolescente que parece quedó mudo tras haber contemplado el asesinato de su padre y que por la falta de recursos disponibles fue internado en el centro juvenil para tratar su trauma con la excusa de ser un delincuente.
Así, Pera y Ljupce a través de diversas vivencias atravesarán la frontera que separa la inocencia de la madurez, siempre guiados por los consejos de un Zarko que adoptará la figura de ese padre ausente. De este modo los chicos deberán hacer cara a un grupo de violentos reclusos, aprenderán un oficio, tratarán de huir de las asfixiantes paredes incongruentes con la libertad y la infancia que supone el encierro en el centro de reclusión, beberán las mieles del primer amor y también padecerán los sinsabores del desengaño y la crueldad de un mundo adulto edificado con esos inestables mimbres que representan las apariencias y la hipocresía.
Detrás de esa máscara de cine versado alrededor de la delincuencia juvenil, Markovic supo tejer un poderoso y simbólico drama de tintes muy humanistas que igualmente escondía tras un disfraz surtido de entretenimiento una corrosiva y atrevida denuncia alrededor de la falta de libertad y la corrupción imperante en las instituciones yugoslavas. Para ello, el autor de The Tour se apoyó en dos figuras antagonistas pero conectadas mediante esos vasos comunicantes que representan la honestidad y la dignidad bajo el rostro del infante Pera y del idealista Zarko. Así, el profesor Zarko se alzará como ese libertador que se salta a la torera los procedimientos dictados para controlar todo acto de rebeldía, actuando por contra bajo las sentencias que amparan el sentido común y la humanidad. Un Zarko que será observado como un renegado por unos compañeros de trabajo investidos por la burocracia para los que su labor consistirá únicamente en cumplir los dogmas del inerte protocolo, sin prestar ninguna escucha por tanto a las penurias reales que presentan los chavales en su día a día (magnífica en este sentido resultará la escena en la que Zarko discutirá con la psicóloga del centro demostrando a la misma que la experiencia y el compromiso son valores más importantes que la mera lectura de manuales con el único fin de obtener un insípido título universitario).
En el otro vértice se sitúa Pera, que será dibujado por Markovic como una de esas víctimas del sistema poseedoras de un corazón noble y limpio incapaces de traicionar a sus amigos, pero atrapadas en una espiral de vicio y necesidad que terminará demoliendo su temperamento dócil. Un mártir adalid de la libertad consumido por una administración que prestará más atención a los papeles y al mantenimiento de un caos controlado que a cubrir las mínimas necesidades de una amplia mayoría de la población sumida en la más lamentable de las pobrezas tanto morales como económicas.
Y es que Special Education, pese a que posee ciertos puntos de conexión con obras como La soledad del corredor de fondo, If…, Los cuatrocientos golpes o La infancia desnuda, dista profundamente de esas cintas versadas alrededor de la delincuencia juvenil, en virtud de ese potente humor satírico ligado a ambientes sumidos en la indigencia que esconde el motor fundacional de la obra de Markovic así como esa querencia mostrada por el serbio por filmar con un estilo más próximo al género documental que al de ficción. Porque Special Education es una película que respira cine y vida en las mismas proporciones, siendo la frontera que separa ambas esferas tan difusa que en algunos pasajes será complicado percibir diferencia entre las mismas.
Special Education se alza pues como una cinta demoledora y terriblemente triste, pero igualmente luminosa y repleta de situaciones de alta comicidad. Una mezcla de tragedia y comedia que dio como resultado una obra tan agitadora de conciencias como entretenida, gracias a ese sentido del ritmo tan dinámico propio del cine yugoslavo y también a esa forma de rodar tan naturalista, siempre pegada a la más estricta realidad del entorno, inherente a esa ola negra que absorbió la vida de los Balcanes durante más de dos décadas de gran cine. Porque Special Education sin ser una obra adscrita a la ola negra, sí que es una cinta poseedora de todas las bondades que hicieron grande a ese movimiento de vanguardia cinematográfica capitaneado por Dusan Makavejev, siendo pues la denuncia, el desgarro, la realidad cotidiana, las corrupciones presentes en una sociedad enferma de vicio, pero también ese humor negro y muy vitalista marca de la casa —sin el cual estas cintas serían imposibles de consumir sin inducir al suicidio— los rasgos que delimitan el contorno de esta obra maestra del cine europeo. A destacar la secuencia con la que Markovic cierra el film, delineada con un lirismo y una poética de la derrota sublime. Una secuencia orquestada al milímetro solo al alcance de un maestro como Carol Reed en su El tercer hombre, donde la música, el silencio y las miradas de los protagonistas transmiten esos sentimientos que solo el cine es capaz de irradiar.
Todo modo de amor al cine.