Érase una vez un par de perros que deambulaban por las calles solitarias de Moscú. Desde la mañana hasta la noche. A veces iban tres. En ocasiones cuatro. Juntos o separados. Olfateándose junto a los cruces, por las avenidas lluviosas y hasta las lejanas discotecas del extrarradio. Unos chuchos que, dormidos en el asfalto, parecían soñar. Tal vez con Laika, la mítica perra cosmonauta —también callejera— enviada en un viaje al espacio, durante los años cincuenta, desde la URSS. ¿Soñarían también con el número 65, ese chimpancé también astronauta que surcó el firmamento, proveniente de Estados Unidos? ¿O con la pareja de tortugas que despegó años más tarde? Todo es rutina, sueño y supervivencia para estos perros.
Las llamas, el fulgor. La incandescencia del fuselaje que abrasa una nave espacial. Hasta que atraviesa la atmósfera terrestre, después de haber surcado el espacio. Laika se quema. Entonces regresa como un fantasma. Esa es la leyenda, narrada por la voz en off del actor moscovita Aleksey Serebryakov. Las imágenes de la gran bola de fuego que llega a la Tierra son una presentación abstracta visualmente. Un arranque de textura tensa, ritmo nervioso y sostenido. El desequilibrio en la pantalla se amplifica por la banda sonora musical. Esta partitura, compuesta por John Gütler junto a Jan Miserre, resulta evocadora en un sentido de aventura, de la sugestión espacial y del enigma. Una composición fabulosa que gana interés como ‹leitmotiv› melódico. Apoyada además por el diseño sonoro ambiental. Con el audio del rodaje de archivo en bruto, sumado a los efectos sala. Un gran trabajo técnico por parte del departamento musical y sonoro. Una labor encomiable que se halla muy por encima del largometraje, codirigido por la pareja de cineastas.
Es cierto que un género como el documental contemporáneo se enriquece con formas permeables de ficción, informativos o técnicas híbridas, como la animación, el uso del 3D o incluso la interacción con el espectador. Pero en su desestructuración del mensaje unidireccional, siempre queda un fondo didáctico o, al menos, divulgativo. Un subtexto que justifica la impronta documental del film. En el caso de Space dogs esta función es dinamitada de diversas maneras por los responsables de la película.
Por una parte, casi todo el metraje son secuencias que siguen a dos perros callejeros. Las situaciones que sortean son las propias de unos canes abandonados. Buscan comida. También refugio. En ocasiones la proximidad de personas que despiertan su lado sociable con los humanos. En una escena pierde la vida un cachorro de gato, una víctima que ha sido acorralada por los animales protagonistas. Es decir, que no se aparta la mirada del instinto salvaje, depredador y letal de los cánidos. La muerte se produce al finalizar el primer tercio del largo, pero es un suceso que no aporta nada en la evolución de los acontecimientos. Por esta y otras razones solo cabe cuestionar la necesidad de crear un documental que se acerca más a una tomadura de pelo, que a la obra trascendente que sus artífices son incapaces de dirigir.
Existe un intento de documentar sus ideas, mediante un contraste de las imágenes de archivo de perros cosmonautas, sometidos a pruebas extenuantes en simuladores de vuelo. O bien a exámenes de resistencia con cables que son incorporados a sus cuerpos diminutos. Estas cintas, rodadas por científicos en los años sesenta, representan con más fuerza la tesis que denuncia a los perros pródigos y su miseria. Sin embargo, estas incursiones documentales, siempre son bloques de cuatro o cinco minutos que interrumpen el desarrollo de las grabaciones más recientes. Y el desequilibrio resulta mayor por estos interludios que rompen la dinámica, restando la intensidad que, probablemente, pretendieron ambos realizadores.
Si su apuesta hubiera sido contar su historia solo con los perros callejeros, el resultado sería más audaz y atractivo. Pero están empeñados en destruir su creación con una mala pulsión documental, mediante farragosos textos recitados de forma monótona, que se sienten artificiales, ajenos a lo que vemos en pantalla. Space dogs es un mal viaje ambientado con lujo sonoro. Envuelto por un formato panorámico muy desaprovechado. Una obra muy corregible.