László Nemes, quien fuera ayudante de cámara de Béla Tarr, discípulo suyo si apuramos, se arriesga ahora en la dirección de su primer largometraje, Saul fia (Son of Saul), en el que nos invita a pasar un día trabajando en un campo de concentración nazi, o más bien a acompañar a Saúl, un húngaro judío que trabaja para una “Sonderkommando”, un grupo de prisioneros judíos que ayudan a los nazis en su maquinaria de exterminación, limpiando detrás de sus masacres; pero todo cambia cuando Saúl encuentra el cuerpo de un niño que toma como su hijo, y al que buscará, por todos los medios, una salvación eterna.
Nemes bebe de una técnica sublime, aunque acude para ello a recursos clásicos que dan más intesidad y realismo a su historia: rueda en 35 mm., con un formato de 4:3, primeros planos con cámara al hombro, y una concatenación de largos planos secuencias que consiguen meter al espectador en los horrores del lugar y participar de la odisea de Saúl, convirtiéndonos en un prisionero más. Resulta curioso que un tema tan manido como holocaustosto judío pueda seguir dando trabajos que aún sorprendan. Nemes debuta por todo lo alto, resultando certero, artesano y asfixiante, y eso lo consigue centrándose únicamente (en su gran mayoría) en el torso de Saúl, mostrando su rostro o siguiendo sus pasos tras su clara meta, recurso éste también muy recurrente en el cine. Nemes dibuja y enfoca así un personaje exquisito: un alma desgarrada, un rostro enloquecido, un cuerpo aprisionado, y es Géza Röhrig (también debutante) quien le da vida, reflejando a la perfección la desesperación de su personaje, un trabajo de vital importancia, más teniendo en cuenta que todo lo vivimos a través de sus expresiones, de sus acciones y de los lugares que él visita. No hay paso que dé que nos podamos perder.
Nemes se atreve a introducir una visión semi-religiosa de la salvación del espíritu en ese entorno donde lo terrenal queda condenado por decisión del hombre. Su meta será salvar el último resquicio de inocencia que queda en el mundo cruel que le ha tocado vivir a Saúl, con los horrores que ha tenido que ver, escuchar, sentir y oler, y es ahí donde Son of Saul ha conseguido cautivar y calar más hondo en su proceso narrativo, que corría el riesgo de ser repetitivo y, sin embargo, ha logrado que se pueda ver un atisbo de originalidad en su presentación. A ello ayuda también su larga experiencia al lado de uno de los maestros del cine sensorial, haciendo suyo ese bonito arte de expresar, sin recurrir al llamado sentimentalismo fácil ni al oscuro recurso del posicionamiento obvio. Un brillante ejercicio al servicio de la técnica.
Son of Saul es descorazonadora, arrolladora, asfixiante y explosiva, una historia que te arrastra hasta una de las peores pesadillas de la historia, y, aún así, se agradece su trabajo realista y alejado de todo convencionalismo. Todo ello me hace pensar que, de seguir esta línea, oiremos hablar mucho, y eso espero, de László Nemes.