La naturaleza de los seres vivos va más allá de simples adjetivos como maldad o bondad. No, no me refiero a los manidos grises, sino que hablo de otros aspectos de la personalidad que, bien adquiridos con el tiempo en forma de tradiciones o costumbres, bien en nosotros por nuestra propia condición, hacen que nuestras acciones y conductas sí puedan ser juzgadas más allá del motivo que se tenga, ya vengan de la mente más preclara o de la más inocente. O tal vez no, depende de las circunstancias. ¿Somos lo que somos, o somos lo que hay?
Somos lo que somos (2013), del realizador Jim Mickle —a quien hemos podido ver recientemente por nuestras carteleras con Frío en julio (2014)—, es el remake estadounidense de la película mexicana Somos lo que hay (2010, Jorge Michel Grau), desconocida para un servidor, por lo que se podría decir que estoy en ayuno de respuestas para mi propia pregunta, de momento. En cualquier caso, en ésta nos vamos a encontrar con los Parker, una familia aparentemente normal que vive en un típico pueblo yanqui de los que hemos visto en centenares de filmes. En un ambiente húmedo, lúgubre, de escasos recursos y con olor a viejo, se irán sucediendo algunos acontecimientos que nos permitirán adentrarnos entre las cuatro paredes que conforman el hogar de los entrañables protagonistas. En paralelo, también iremos conociendo al doctor Barrow y otros vecinos de la zona.
En un elenco en su mayoría salido de series de televisión, destacan Julia Garner (hija), Bill Sage (padre) y Michael Parks (vecino). Los minutos en pantalla de cada uno están bastante repartidos, dando a entender que todos son los protagonistas de esta historia; nosotros aceptamos que así sea, pero en realidad nos hemos dado cuenta de que uno de ellos no importa ni afecta demasiado a la trama, pues el río argumental podría haber transcurrido igual de bien sin él. Da la sensación de que su inclusión en el metraje es para llenar tiempo y para que el espectador se entretenga pensando en el momento en que todos los personajes se puedan encontrar. El director, además, echa mano de un libro de memorias como recurso narrativo para conocer más sobre los individuos que componen la prole, no obstante es información intrascendente. Es decir, se nota que a Mickle le sobraba tiempo para llegar a filmar un largometraje, pero a su favor cuenta con su destreza visual.
Contada con parquedad, Somos lo que somos es un relato inquietante pero al fin y al cabo insuficiente; dejará con ganas de más a los amantes del género, y no creará nuevos adeptos. Pese a que es cierto que mantiene siempre el interés, inclusive en su lento comienzo, a medida que transcurre el tiempo se siente la necesidad de algo más: un prólogo más consistente, quizás, que diese más fuerza a la narración que se va a introducir a continuación.
Por otra parte, se podría decir que la película incluye dos finales casi encadenados. El primero de ellos, precipitado y previsible, tan sobrio y correcto como el resto de la propuesta, y el segundo, descacharrante (no se sabe si a propósito) y de lo más memorable de sus escasos 105 minutos de duración. Este último eleva el resultado global de la cinta por encima de otras propuestas similares, nunca destinadas a estómagos sensibles. Interesante, elegante formalmente e intrigante en su inicio, no da miedo y se salva del olvido al final, cuando parecía que no había nada más que decir.
Rodada en un entorno Country, me ha parecido una metáfora bastante acertada de la relación que han debido mantener a lo largo de los años Miley Cyrus y su padre, el también actor y cantante Billy Ray Cyrus, hasta que la susodicha cumplió la mayoría de edad.
¿No apetecen ahora unos callos, o unas buenas lentejitas para pasar el frío? Somos lo que comemos.